JOSÉ LUIS RÉNIQUE
Lehman College. CUNY
jrenique@aol.com
"No me importa lo que digan
los traidores,
hemos cerrado el pasado
con gruesas lágrimas de acero".
Javier Heraud, "Palabra de guerrillero"
Octubre de 1965, el Ejército Peruano da cuenta del aniquilamiento –en la zona de Mesa Pelada, parte oriental del departamento del Cuzco– de la llamada guerrilla Pachacutec. Luis de la Puente Uceda está entre las bajas. Cae con él la dirección del movimiento. Liquidarán en las semanas siguientes lo que queda del alzamiento. Menos de seis meses les ha tomado culminar con la tarea encomendada por el Ejecutivo. Desde entonces, las guerrillas del MIR peruano quedarán como una mera nota a pie de página de la Guerra Fría latinoamericana. Ni siquiera Regis Debray en su ¿Revolución en la Revolución? –supuesta síntesis teórica del castrismo publicado en enero de 1967– le dedicaría algo más que una mención al paso.1
Diversos trabajos han delineado el territorio del vanguardismo "castrista" de los años 60.2 Menos explorada ha sido su dimensión nacional, no sólo las circunstancias locales de su origen sino la manera en que –a pesar de su carácter efímero– influyeron en la formación de la cultura política local. Originado en núcleos de la pequeña burguesía intelectual, el vanguardismo compensa su debilidad social con una intensa elaboración mental: mira al campo con ojos románticos, imagina épicas "largas marchas" del campo a la ciudad, extrapola categorías y discursos "internacionalistas" para pintar escenarios locales de absoluta confrontación. Para jugar su papel de catalizador, debe construir una identidad capaz de proyectarle hacia el país; elaborar, como parte de ese esfuerzo, un discurso capaz de resonar en la memoria de la gente, entretejiendo para ello lo nuevo y lo tradicional, lo local y lo cosmopolita. El fenómeno insurgente es un fenómeno sincrético cuya comprensión requiere una cuidadosa contextualización.3 En el caso del Perú, esa historia desde dentro del fenómeno guerrillero de los 60, conduce, retrospectivamente, a la experiencia insurreccional aprista. Es en referencia a ésta que el MIR de Luis de la Puente Uceda define el ethos revolucionario que sella su destino.
Desde esta perspectiva, analizamos aquí la guerrilla peruana de 1965, como intento de construcción de una identidad política –militante, guerrillera, subversiva– en un contexto particular: de emergencia rural, de un lado, y de revisión y cambio por parte del APRA –el gran partido popular de la historia moderna peruana– de aspectos fundamentales de su propia trayectoria. El análisis, para ello, incide en tres dinámicas básicas: (a) los individuos y sus pasiones; (b) las redes y espacios en los que se estructura la inquietud individual como acción concertada; (c) los contextos del encuentro proyectos políticos-sociedad. Con estos aspectos en mente se entreteje una narrativa cuyo objetivo final es comprender la constitución de identidades legitimadoras del ejercicio de la violencia en el Perú. Cómo, en otras palabras, la experiencia del 65 afectó la cultura política del izquierdismo local, preparando el terreno para la gran tempestad de los 80.
1948
El 3 de octubre de 1948 un movimiento insurreccional, supuestamente concebido con participación del APRA, sacó a la superficie las tensiones que ese partido había ido acumulando a través de casi dos décadas de lucha política. En 1930 había sido fundado como partido. Al año siguiente, su joven líder, Víctor Raúl Haya de la Torre, postulaba a la Presidencia de la República. Su rival, el comandante Luis M. Sánchez Cerro fue declarado vencedor. Los apristas denunciaron fraude y comenzaron preparativos revolucionarios. Se inició entonces una sistemática represión que –con breves pausas– se prolongaría, prácticamente, hasta 1945, año en que el PAP apoyó a José Luis Bustamante y Rivero como candidato de un Frente Democrático Nacional. A cambio de su apoyo, el APRA recuperaría el status legal que le había sido suspendido a comienzos de los 30.
Al carisma de su "jefe-fundador" se atribuiría, en gran medida, la sobrevivencia del PAP a la persecución. A su capacidad, en particular, para construir una organización cohesionada y una identidad fuerte, avaladas por la disciplina partidaria y por el mito de su propia indestructibilidad; por la certeza, más aún, de que tras la larga noche represiva emergerían de las "catacumbas" para cumplir con su destino de "salvar al Perú". Unos cinco mil mártires reclamaría el aprismo de aquella primera era en la clandestinidad. Heroísmo, lealtad, consecuencia, fueron algunos de los valores que hicieron del APRA subterráneo una verdadera "comunidad emocional". Psicológicamente –observaría uno de sus más cercanos colaboradores– "nada afectaba más a Haya que la "traición" al partido que, en las atribuladas circunstancias de aquellos años, estaba "personalizado en él".4 Su presencia cotidiana en la lucha testimoniaba su entrega. Desdeñó la seguridad del exilio y purgó carcelería como sus más humildes compañeros. La memoria aprista, en tales circunstancias, fue estructurándose como una sucesión de héroes, mártires y también renegados, articulados todos ellos por la genialidad y entrega del indiscutido "hermano mayor" Víctor Raúl. Una vil escuela de sectarismo, por cierto, para quiénes, desde fuera, veían al APRA como una amenaza letal.
De sus orígenes marxistas, durante los 30, el APRA se había deslizado hacia el centro, optando, eventualmente, por revisar su "antiimperialismo" original para amistarse con los Estados Unidos de los tiempos del "buen vecino". Abandonar el recurso insurreccional, reafirmando su vocación de partido democrático, sería la otra punta de la estrategia hayista para levantar el veto de la oligarquía y los militares. Las bases del partido, sin embargo, siguieron siendo afines al estilo primigenio, "defensista" y "vanguardista", modelado tras el ejemplo de la revolución popular aprista de Trujillo de 1932. A partir de entonces, el Jefe había desalentado el recurso al alzamiento de masas imponiendo, más bien, el de una revolución incruenta en alianza con militares nacionalistas como vía hacia el poder. La fe en su palabra, el desgaste natural de la era de las catacumbas, la secreta promesa de que el retorno a la legalidad sería nada menos que la antesala de la "revolución aprista", fueron algunos de los factores que coadyuvaron a la aceptación del viraje partidario que derivó en su participación en la "primavera democrática" de 1945. Con su inicio, "vanguardistas" y "defensistas" quedaron en compás de espera. La madrugada del 3 de octubre de 1948, sin embargo, las contradicciones engendradas por los cambios en el perfil partidario saldrían a la superficie en las calles del Callao, donde bases del PAP y personal de la Armada iniciaban, supuestamente, el camino hacia la verdadera "revolución aprista". Tres semanas después era el propio Ejército el que se encargaba de derrocar a Bustamante y Rivero, marcando el inicio de ocho años de régimen militar bajo la conducción del General Manuel Odría. El APRA entraba con ello a su segunda era de clandestinidad.
APRA: crisis y exilio
La ausencia de Haya de la Torre –exilado por cinco años en la Embajada de Colombia en Lima– marcó la diferencia fundamental entre los dos grandes ciclos de la clandestinidad aprista. Por primera vez desde 1931 el Jefe no estaba al frente de la organización. En su ausencia, el debate interno se desplegaría incontenible, al punto de colocar al PAP al borde de la ruptura.5 De las responsabilidades por el 3 de octubre pasó el debate a la crítica de la actuación partidaria en la recién cancelada apertura democrática y, por extensión, a los cambios introducidos por Haya en la orientación doctrinaria del partido desde fines de los 30. ¿Había el PAP traicionado sus ideales primigenios? El contacto con las experiencias populistas-nacionalistas en curso en diversos países latinoamericanos incentivó el debate. ¿Por qué el APRA, mejor organizado y con una ideología bastante más sólida, no había logrado alcanzar el poder? ¿Por qué se persistía en un alineamiento con el Washington de la "doctrina Truman"? La necesidad de una recuperación del "aprismo primigenio" fue la fórmula que sintetizó las esperanzas de los sectores más radicalizados del exilio aprista; de quiénes, como Héctor Cordero Guevara, aspiraban a "un replanteamiento revolucionario" del partido: retomar el marxismo e incorporar a la clase obrera y al campesinado, fundamentalmente indígena, como factores activos y conscientes frente al predominio pequeño burgués en el gran frente de "trabajadores manuales e intelectuales" propuesto por Haya de la Torre en los años 20 frente al "clasismo" comunista.6 Siguiendo de cerca la crítica de izquierda al peronismo argentino como participante de los círculos de estudio del marxismo encabezados por Silvio Frondizi, Cordero Guevara concluyó que, lejos de romper con el APRA, lo correcto era trabajar desde dentro con el fin de consolidar un aprismo de izquierda que gradualmente se convirtiese en una opción distinta.7 Con esa perspectiva retornó al Perú en 1957.
Desde Trujillo, simultáneamente, Luis de la Puente Uceda había encontrado su propio camino hacia el exilio. Era un hombre de acción. Un producto típico de la tradición "defensista" del partido. Pariente lejano del "jefe máximo", militante desde la edad escolar, había sufrido a los 16 años –en 1944– su primera carcelería. Preso nuevamente en 1948 a raíz de la toma de la Universidad de Trujillo, sería finalmente deportado en 1953, tras organizar una huelga en el valle azucarero de Chicama. Un testimonio lo ubica en México hacia septiembre de 1954, receloso de la línea conciliatoria que su partido tomaría con la salida de Haya de la embajada colombiana. Se rumoreaba que "se fraguaba una conciliación entre el APRA y las fuerzas reaccionarias representadas por la familia Prado, gran baluarte financiero en el país". Ante ello, De la Puente creía que "era necesario rechazar las consignas del Partido" procediendo más bien a "hacer la revolución". Se comprometió, con ese fin, con un proyecto subversivo que coordinaba desde Argentina Manuel Seoane y que contaba con el respaldo del General Perón y del MNR boliviano.
Desde el Ecuador –con el apoyo de un general peruano residente en ese país– entrarían al Perú. Otro grupo haría lo propio por Bolivia. La liberación de Haya se interpuso en sus planes. En cuanto estuvo libre, el líder aprista se abocó a consolidar su control del partido, desalentando cualquier intento que entorpeciera la posibilidad de una negociación política tendiente a conseguir la legalización del partido en la transición democrática ad portas, como el desgaste del régimen odriísta lo anunciaba. El plan insurreccional, en esas circunstancias, perdía viabilidad. De la Puente y sus compañeros quedaron atrapados en el medio. Entraron al Perú sólo para encontrar que sus propios compañeros facilitaron su detención. La traición y las torturas marcarían el espíritu del joven dirigente.
Libre nuevamente, De la Puente Uceda se reincorporó a su base en Trujillo, reconocido ya como cabeza visible de la izquierda del aprismo. A mediados de 1957 se encontró con Héctor Cordero Guevara por primera vez. Me dejó –recordaría éste años después–una "extraordinaria impresión", un hombre con ideas definidas; con la fuerza espiritual y la voluntad que presagiaban "a un verdadero dirigente".8 Juntos harían la etapa final de su infructuoso esfuerzo por reorientar al APRA, que habría de culminar en su expulsión.
Con la salida de Haya de la embajada colombiana el debate interno llegaba a su fin y se entraba en el curso final de la negociación del apoyo aprista a la candidatura de Manuel Prado, en lo que los líderes apristas bautizarían como "régimen de la convivencia", de cuya estabilidad supuestamente dependía que, en 1962, las Fuerzas Armadas y la oligarquía –los grandes enemigos del aprismo– permitiesen su llegada al poder. Desde el Caribe, entretanto, provenían reverberaciones que terminarían ejerciendo una influencia decisiva sobre el curso de esa transición.
El embrujo cubano
Veinte años tenía Ricardo Gadea cuando arribó a Cuba, procedente de Argentina, en enero de 1960. Del Colegio Militar Leoncio Prado de Lima a la Universidad de La Plata, había ido descubriendo su identidad aprista. Le venía por tradición familiar: de su padre, un modesto trabajador aprista, como de su hermana Hilda, exilada en Guatemala desde 1949. Invitado por ella, precisamente, Ricardo había llegado a la tierra de Martí. Esta, a su vez, se encontraba ahí a raíz de su vínculo con el Che, a quien había desposado en México antes del Granma y con quien compartía una hija. Una vez en Cuba –a pesar de la ruptura de su vínculo marital con el Che– Hilda seguiría siendo un conducto privilegiado de los revolucionarios peruanos con su célebre ex esposo.
Así lo pudo comprobar Ricardo Napurí, un ex aviador militar deportado –según testimonio propio– por haberse negado "a bombardear a marinos y militantes de la izquierda aprista en la insurrección de octubre de 1948".9 En Argentina, el abogado Silvio Frondizi lo ayudó a salir de la cárcel, naciendo entre ellos un vínculo intelectual y político.10 El 8 de enero de 1959 –en el avión que trasladaba a exilados cubanos y a los propios familiares de Guevara– arribó al "primer territorio liberado" de América, conociendo al comandante argentino cuando "vestía aún ropa de campaña, con algo de barro en sus pantalones y zapatos".11
Pronto, el tema del Perú salió en las conversaciones Napurí-Che. Al impulso a la revolución en ese país, según el peruano, concedía el comandante importancia particular. Por consejo suyo –recordaría éste– viajaría al Perú tras casi una década de ausencia, con el fin de establecer contacto con Luis de la Puente Uceda, de cuya existencia Che sabía a través de Hilda.
Del APRA Rebelde al MIR
En la IV Convención del PAP, de octubre de 1958, la "izquierda aprista" trujillana había hecho su último intento de reencauzar la vida del viejo partido. Las concesiones de la llamada "convivencia" –sostenían– terminarían cambiando la naturaleza misma del partido. No una legítima transición sino un servicio a los intereses de la oligarquía era el resultado neto –según ellos– de la opción del 56. Como resultado, una a una las banderas históricas del APRA –denunciaba el grupo disidente– habían sido arrebatadas por fuerzas nuevas como Acción Popular, el Movimiento Social Democrático y la Democracia Cristiana. Incluso, de ganar –"por los caminos de la transacción y el convenio"– en el 62, ¿no significará eso la muerte de nuestro movimiento?; ¿no tenían, acaso, movimientos históricos como el APRA, un "destino que cumplir"?12 Su "normalización", su metamorfosis a la "condición de cualquier partido tradicional" que hacía del "silencio o la concesión" instrumento para llegar al poder era lo que los herederos del espíritu "vanguardista" del aprismo se negaban a aceptar. ¿Era posible separar al Haya de la Torre centrista de los 50 de su pensamiento izquierdista de los 20? Su propuesta misma, en realidad, los había puesto fuera del partido.
Ante la sanción, el pequeño núcleo norteño se constituyó en Comité de Defensa de los Principios y, posteriormente, en APRA Rebelde, como "organización autónoma para la realización del ideario aprista" abandonado por "los actuales dirigentes convivientes", estableciendo como objetivo fundamental la creación de una "conciencia revolucionaria para organizar y acelerar el proceso de la revolución nacional".13 ¿Así que te expulsaron?, preguntaría el periodista Manuel Jesús Orbegoso en 1959 a un Luis de la Puente asediado por el asma y la ansiedad. "Miserables –respondió– no saben que ahora somos más apristas que nunca".14
A mediados de 1959, De la Puente se mantenía aún dentro de los marcos de una perspectiva nacionalista radical. Tras su carcelería de 1955 se había abocado al tema agrario. Abogaba por una fórmula de "anti-feudalismo realista" equidistante de los planteamientos imperialistas como de aquellos "intoxicados de marxismo". Reforma Agraria, sí. Pero no por el "camino revolucionario", sino como "acto legítimo de promoción del desarrollo", ejecutado en "estricto cumplimiento de la Constitución y las leyes". Un camino evolutivo perfectamente encuadrado dentro del "ideal indo-americanista" expresado por el aprismo que la revolución boliviana había adoptado como propio.15 Conservaba en buena medida esa visión al momento de su primer viaje a Cuba, en julio de 1959. Así lo dejó saber en un foro sobre la Reforma Agraria cubana dónde se pronunció en favor del respeto a la propiedad privada, del "derecho a una parcela" del campesino cubano en aras de una transformación con justicia y libertad.16 Estas posiciones no se distinguían demasiado de las defendidas por los nuevos grupos reformistas, e inclusive por ciertos grupos de la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas que comenzaban a ver con creciente preocupación la agitación rural en curso y la incontenible migración de las zonas andinas a la capital.
En noviembre de 1960, con la transformación del APRA Rebelde en MIR, el proceso hacia la construcción de una identidad nueva entraba en una nueva fase. La influencia de los pupilos de Silvio Frondizi –Napurí y Cordero– se dejaba sentir en la partida de nacimiento de una "nueva izquierda" en el Perú. A mediados de los 50, el argentino había fundado la primera de varias organizaciones con este nombre en Latinoamérica: el MIR-Praxis.17 Siete meses antes de la decisión de los peruanos, un flamante MIR venezolano se había pronunciado por el camino armado. Entre el ímpetu guevarista y la crítica filo-trotskista del comunismo pro-soviético se delineaba una nueva forma de ser izquierdista. Apuntando en esa dirección, los peruanos aspiraban a superar el "camino evolucionista" del "compromiso y la componenda" para vincularse directamente con la movilidad social de un país en erupción. La defección del PAP coadyuvaba a configurar un escenario de polarización en el que "la solución oligarco-imperialista" contendería con la "solución popular, revolucionaria" por definir la ya insostenible impasse que entrampaba el desarrollo nacional. Una Reforma Agraria "radical y profunda" era, en este sentido, la medida prioritaria. De ahí que la organización del campesinado en el plano nacional fuese "la tarea imperativa del momento actual".18
El cambio de perspectiva reflejaba, sin duda, una relación cada vez más intensa con Cuba. En julio de 1960, una delegación del APRA Rebelde había viajado a la isla. El propio De la Puente permaneció en tierra caribeña por algunos meses. Eran tiempos decisivos para el régimen castrista. En la plaza de la revolución habanera, los peruanos escucharon a Fidel vaticinar la transformación de la cordillera de los Andes en una "Sierra Maestra hemisférica". Por ese entonces comenzó a concebirse el plan insurreccional del MIR. Ante el planteamiento del Che –según Napurí– "del foco guerrillero como la herramienta primera y fundamental de la revolución", De la Puente habría respondido con su visión de que, "la alianza del APRA Rebelde con Cuba se convertiría en un formidable catalizador"; que una rápida crisis del PAP –atrapado en su dañino pacto con la oligarquía– permitiría sumar a "miles de trabajadores y jóvenes al proyecto revolucionario" del MIR,19 situación que permitiría un esquema organizativo más amplio y complejo que aquel delineado por el foco. Era el comienzo de una discusión entre De la Puente y el Che que se prolongaría a lo largo de los siguientes dos años. En el Perú, mientras tanto, el estallido campesino a través de la sierra aceleraba aún más el tiempo político.20
La Hora de la Vanguardia
Como Cordero y Napurí, Hugo Blanco Galdós había pasado por los círculos de Silvio Frondizi para recalar, posteriormente, en el grupo trotskista de Nahuel Moreno. Volvió al Perú con el inicio del régimen de la "convivencia". Pretendía insertarse en el movimiento obrero; de manera fortuita, terminó como organizador campesino al "descubrir" en la cárcel del Cuzco a los dirigentes del valle de La Convención, quienes sostenían una áspera confrontación con los hacendados de su localidad. En ella, Blanco jugaría un importante papel radicalizador. Carismático, decidido, su figura creció a niveles míticos durante 1960, infundiendo en los grupos "vanguardistas" ubicados a la izquierda del PC un fuerte sentimiento de urgencia e inevitabilidad. "Por primera vez en nuestra historia republicana –editorializaba un diario trotskista– somos testigos de una movilización similar". En tales circunstancias, ¿qué peso podía tener un proceso electoral que dejaba al margen a más de seis millones de campesinos? Con su gran movilización, el campesinado mostraba la futilidad del "camino pacífico para la revolución". Y si hasta ahora "nos debatíamos en mil problemas teóricos", la Revolución Cubana proporcionaba un "común denominador", la base para formar un "partido único de la izquierda revolucionaria".21
Los sindicatos campesinos eran, según Blanco, las bases de un "partido revolucionario sui generis de masas" al que el trabajo de los militantes urbanos no tenía sino que amoldarse. No serían en el Perú los focos guerrilleros a la cubana los que arrastrarían a las masas campesinas a la revolución, sino que estas mismas, en su desarrollo, a partir de sus propios sindicatos, llegarían a la "defensa armada de las ocupaciones de tierras a través de la formación de milicias".22
Varios proyectos comenzaron a armarse en torno a los logros de Blanco en La Convención. El del Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo (SLATO) fue uno de ellos. Derivó en una serie de asaltos a bancos que, supuestamente, proveerían los fondos necesarios para montar el aparato político de apoyo al movimiento campesino. Todo terminó en un fracaso espectacular. La represión que estos suscitaron terminó destruyendo lo poco que los trotskistas locales habían logrado construir hasta entonces.23 A esa "desviación putchista" atribuiría Blanco la frustración del movimiento convenciano; a vincularse directamente con Cuba, apuntó otro grupo de ex militantes comunistas (Héctor Béjar y Guillermo Lobatón) y apristas disidentes (Juan Pablo Chang). Lo suyo era vanguardismo puro: buscar en la isla caribeña los medios para lanzarse a la acción directa. Investidos del "continentalismo" guevarista, saltarían las "vallas partidarias" para conectarse con aquella "inmensa población peruana a cuyas espaldas operaban los partidos". En diciembre de 1961 arribaron a La Habana.
En febrero de 1962, en la segunda declaración de La Habana, lo que hasta entonces había sido una empresa secreta devino abierta y desafiante: el apoyo cubano a las luchas revolucionarias latinoamericanas. El escalamiento del "continentalismo" conllevaba desplazar a los viejos comunistas: imponer la primacía de la "sierra" sobre el "llano", de la acción directa sobre la teoría. En 1963, en una nueva versión de su célebre manual guerrillero, Guevara dejó de lado la idea previa de que el origen democrático de un gobierno imponía restricciones a la posibilidad de lanzar acciones armadas.24 Más que nunca, el destino de los Béjar y los De la Puente dependía del curso de aquellos debates.
De la Sierra Maestra a los Andes
En 1962 había en la isla dos grupos de peruanos que habían partido con el fin de recibir entrenamiento guerrillero: uno vinculado al APRA-Rebelde/MIR que había negociado directamente con el Che –con intermediación de Napurí– su arribo a Cuba y otro, más pequeño, encabezado por Héctor Béjar, al que "amigos" del régimen revolucionario, como el escritor Luis Felipe Angell "Sofocleto" y Violeta Carnero Hocke, les habían servido de puente para llegar al "territorio liberado".25 Los instructores cubanos se aseguraron de mantenerlos separados. De manera casual, los primeros sabrían de la existencia de los segundos. Béjar recordaría que su subrepticia salida de Lima quedó expuesta cuando, recién llegado a La Habana, se tropezó con un dirigente del PC peruano en el lobby del Hotel Riviera, en el que su grupo se encontraba alojado. Siguieron las quejas correspondientes que, por cierto, poco efecto tendrían en el ánimo cuestionador de los PC latinoamericanos promovido por el propio Che y que, más tarde, Regis Debray convertiría en teoría en Revolución en la Revolución. Desde el inicio, por otro lado, Béjar había sospechado que algo mayor se tramaba puesto que, como el propio Fidel le había dicho en la primera entrevista que sostuvieron, "son ustedes demasiado pocos, 150 como mínimo es lo que se necesita". Ellos, no pasaban de la media docena.26
Un tercer contingente de peruanos estaba integrado por unos 80 "becarios" que habían llegado a Cuba –según le expresaron a Fidel Castro en su primer encuentro–con el deseo de "aprender de las experiencias de la revolución cubana". Cuba tiene toda la voluntad de ayudarles –habría respondido el comandante– sea que buscaran una profesión o conocer "nuestra experiencia revolucionaria". Ricardo Gadea se integró a ellos. Un extenso tour por la Sierra Maestra fue parte de ese aprendizaje. Era evidente –recordaría Gadea– que, "entre los cuadros abocados al área internacional había una posición clara de favorecer la expansión de la Revolución Cubana para romper el aislamiento", pero su propio destino era todavía una incógnita.
Hecho el deslinde, los comprometidos con el proyecto armado fueron presentados a los "aprorebeldes" y al grupo de Béjar. El encuentro reprodujo los conflictos que impedían la unidad de la izquierda en el Perú. Pesaban las tradiciones: por más críticos que fueran con sus partidos de procedencia, apristas y comunistas no se miraban bien. Estos últimos llevaban hasta el extremo la lógica anti-partido y de acción directa: no querían "un partido más" sino construir, más bien, "una asociación libre de revolucionarios", un "equipo militar disciplinado" que fuera el núcleo del "ejército revolucionario" de todo el pueblo, de la masa sin partido. Era la única manera de ir al fondo del problema, de superar complejos y acortar distancias. Sólo desde "el seno de las masas" podía surgir el partido. Y sólo un partido en que "revolucionarios y explotados" se uniesen "en un solo haz" podría funcionar como "auténtica vanguardia" popular.27 Era su manera de superar su frustración con el inveterado fraccionalismo de la izquierda local. Los miristas, en cambio, se veían como el muñón de un partido de gran tradición, el cual eventualmente se convertiría en su núcleo reconstitutivo. Se veían, por lo tanto, como militantes de un proyecto mayor claramente identificable en la historia del radicalismo de su país. No estaban ahí como militantes dispersos que podían, por voluntad propia, suscribir un proyecto distinto. "Aún siendo una escisión, el MIR contaba con líderes provincianos, con experiencias, bases populares, gente que había sufrido carcelería, era una corriente, con una base social", recordaría Ricardo Gadea.28 Una figura importante del grupo de Béjar como era Guillermo Lobatón Milla optó, en esa oportunidad, por incorporarse al proyecto MIR.
En esas tratativas se extrañaba la presencia de De la Puente, mal cubierta por su belicoso lugarteniente, Gonzalo Fernández Gasco. En un confuso incidente ocurrido en la ciudad de Trujillo –en febrero de 1961–, Luis había empuñado su arma para, supuestamente, defenderse de una agresión de sus ex compañeros apristas, ocasionando la muerte de uno de ellos. Por ello, purgaría carcelería hasta agosto de 1962. Su ausencia coadyuvó a que el grupo de Béjar, a pesar de su precariedad, pasara a ser la prioridad de los anfitriones. Se acomodaban perfectamente a la impaciencia cubana de esa hora.
Como proyecto de partido, que el suyo era, los miristas se veían retornando al Perú individualmente, para ir filtrándose hacia las "zonas guerrilleras" tras haber asegurado vínculos políticos y respaldo de masas. Imposible conciliar tal visión con el modelo de ingreso e inicio de la acción armada que el grupo de Béjar representaba: una columna de guerrilleros de verde oliva entrando, como invasores, por la frontera con Bolivia, con una organización preestablecida; con cada uno de sus miembros ocupando su puesto, retaguardia, vanguardia, etc. Fidedigna reproducción del modelo del Che, hasta el nombre (Ejército de Liberación Nacional) lo habían adquirido en Cuba, en tanto que cada uno de sus pasos, hasta su destino final, dependía de los asesores cubanos y sus vínculos bolivianos. Para cuando Luis de la Puente Uceda regresara a Cuba, el flamante ELN sería ya una irrebatible realidad. Acrecido con miembros del grupo de los "becados", con 40 combatientes, en el segundo semestre del 63, aquel proyecto de foco partió hacia Sudamérica.
Su objetivo era alcanzar, desde la frontera boliviano-peruana, la zona de La Convención. Trescientos kilómetros de territorio agreste separaban a dicho valle de la frontera boliviano-peruana. Un obstáculo menor para la voluntad de lucha que dichos combatientes detentaban. De los labios del propio Fidel Castro, los jóvenes peruanos habían recibido las orientaciones que les impulsarían hasta la localidad de Chaupimayo donde, en abril de 1962, Blanco –en lo que fue el punto culminante de su carrera como organizador– había sido elegido secretario general de la Federación Provincial de Campesinos de La Convención y Lares. Cuatro décadas después, Ricardo Gadea recordaría la sesión en que, frente a un mapa del Perú, el comandante cubano explicaba la fórmula para proceder con éxito por la ruta de Bolivia al área convenciana: había que ganar la cumbre de la cordillera y proceder a través de ella, de manera que, "si el ejército viene por el lado oriental ustedes se pasan al occidental y si vienen por el lado occidental se pasan al oriental". Esa era su memoria de lo que, más que una conferencia geopolítica, era un ritual de la voluntad. Inocultable la sensación de pasmo del entrevistado al retrotraer aquel episodio, dice más con la leve sonrisa irónica que con sus palabras. ¿Y nadie le discutió nada?, pregunto. Nada –responde--"había un gran voluntarismo, una simplificación de la información, un gran desconocimiento".29 No va más allá. Pesa, a través del tiempo, la fuerza de la lealtad a Cuba y su revolución.
Del otro lado de la frontera, la situación política en que el ELN esperaba insertarse iba desvaneciéndose aceleradamente. En julio del año anterior los militares depusieron a Manuel Prado: la "convivencia" terminaba a trompicones. Con una combinación de concesiones y medidas represivas, el nuevo régimen comenzó a contener al movimiento campesino. En enero del 63, una gran redada nacional llevó a la cárcel a miles de militantes y sindicalistas. Tras una escaramuza –ocurrida a mediados de diciembre de 1962– en que se produjo la muerte de dos policías, Blanco pasó a la defensiva. En febrero, un decreto-ley ordenaba el inicio de la Reforma Agraria en los valles de Lares y La Convención. Blanco quedó aislado. El 29 de mayo, finalmente, cayó en manos de sus perseguidores, 15 días después de la caída de Heraud. Desde prisión, unas semanas más tarde, reafirmaría su distancia de la "errónea" línea guerrillerista: "admiré la valentía de los muchachos de Madre de Dios, pero siento mucho que tanta energía revolucionaria se haya desperdiciado".30
De estos acontecimientos supo Luis de la Puente desde prisión. Tan pronto salió, se trasladó al valle de La Convención. Cuba –según recordaría Ricardo Napurí– les había ordenado tomar contacto con Hugo Blanco. De la Puente se habría resistido, subrayando su desinterés por unificarse con éste o con el propio Béjar. Pensaba que el liderazgo de la revolución debía estar en manos del MIR y tenía suspicacias de tratar con un trotskista como Blanco o, inclusive, con el propio Napurí, a quien comenzó a ver también como trotskista. Tras una "gran discusión", finalmente el viaje se realizó. Una vez allí, De la Puente quiso aprovecharse del hecho de "que Blanco acostumbraba a homenajear a quien lo visitaba con una gran conmemoración, con miles de campesinos" para filmar el evento con el fin de mostrar en Cuba que todo ese movimiento "estaba bajo su disciplina". Nueva discusión: "porque era un problema ético, además de político", siempre según Napurí.31 Quedaron las imágenes de Luis de la Puente dirigiéndose a una multitud campesina. Lo cierto es que no hubo acuerdo entre los líderes. No volverían a encontrarse. De La Convención, vía Lima, el líder mirista se dirigió a Cuba, donde le esperaban nuevos problemas.
La preferencia del Che por el ELN reflejaba no sólo su gusto por un esquema foquista típico, sino las dificultades entre aquel y el MIR. De la Puente se había resistido a la impaciencia del argentino-cubano. Acaso tenía Guevara una visión tan pobre del liderazgo aprista que pensaba que el mero acto insurreccional ejercería un influjo magnético sobre una masa como la aprista tantas veces engañada. Por ello habría querido presionar al MIR a alinearse con su "modelo". En consecuencia, mientras De la Puente purgaba prisión, las solicitudes de sus compañeros para regresar a combatir al Perú habían sido desoídas, enviándolos más bien a cazar bandidos en el Escambray.32 Terminado el entrenamiento militar –recordaría Ricardo Gadea– "nos sentíamos desesperados por regresar y no entendíamos por qué no nos lo permitían".33 Testigo de esas tratativas, Ricardo Napurí nos acerca al contenido de las mismas. De la Puente "era un experto en el problema agrario y campesino" y "lo desarmaba al Che cuando le explicaba la composición orgánica del campo en el Perú". Le había explicado la importancia de la sindicalización rural y el peso de las "miles de comunidades campesinas" y "su tradición de disciplina interna y de combate". Lo que ponía en duda el esquema del "foco puro", pues De la Puente le decía que en el Perú había "organizaciones campesinas concretas", con las cuales había que hacer un trabajo previo, pues el campesino no iba " a abandonar sus organizaciones porque yo le ponga una guerrilla". Entonces –según Napurí– "el Che comprendió que debía 'matizar' su idea del foco pensando que lo que se prometía en Perú era mucho más". A tal punto que "por un tiempo consideró que Perú era una punta de lanza en sus afanes internacionalistas de exportar la revolución". De ahí que "muy convincentemente nos dijo que si la insurrección 'prendía,' lo tendríamos a nuestro lado en las sierras peruanas".34
En esa discusión, Napurí formulaba una pregunta bastante pertinente: si existía "un núcleo probado de militantes y activistas, si quedaban aún relaciones con el campo, si se habían mejorado los vínculos con estudiantes y la clase obrera", tal como sostenía De la Puente, entonces: "¿por qué no construir al MIR como un partido obrero y socialista?", lo cual "no negaba los compromisos con el Che, ni el internacionalismo, sino que los inscribía sobre una nueva base". Se desató entonces –según el ex aviador peruano– "una discusión decisiva". ¿Era el foco "necesariamente contradictorio con la existencia del partido"? Napurí opinaba que no en tanto que la guerrilla se sujetara al partido revolucionario. Así lo demostraban experiencias como la leninista y la maoísta. Analizando el caso cubano, "De la Puente y quienes lo seguían afirmaban que el factor determinante de la victoria era la lucha guerrillera". Él, por su parte, subrayaba el papel jugado por el "llano", por "el gran aparato urbano" del Movimiento 26 de Julio que, con la huelga general del 1º de enero del 59, "había impedido los intentos del general [Eulogio] Cantillo de formar una junta militar que impidiera el acceso al poder de Fidel y los suyos".35
Es posible imaginar la confusión: el choque entre la sofisticación teórica de Ricardo Napurí y el ímpetu de Luis de la Puente. ¿Podía el Che arbitrar entre ambos? Había, para ello, importantes "factores adversos: la distancia, los problemas de comunicación". Como también "el hecho de que el Che concentraba las decisiones sobre Perú a pesar de estar abrumado de tareas y de sus frecuentes viajes al exterior".36
El elemento militante capaz de organizar ese enorme potencial provendría de la juventud aprista que –según De la Puente– respondería al llamado del MIR a la luz de la evidente traición de la dirección del PAP. Por eso, Guevara se había avenido a esperar. El tiempo pasaba, sin embargo, y lo prometido no se materializaba. La realidad era que no solamente el MIR no había logrado constituirse "en un polo de atracción para la juventud aprista" sino que, en el mundo campesino, solamente tenía la "influencia marginal que tenía De la Puente mismo por su condición de abogado laboralista". No tenía pues, el trujillano, "lo que había dicho al Che que tenía".37 Sin la ruta de un aprismo de izquierda post-hayista disponible, con sus vínculos dentro del APRA prácticamente colapsados tras la "deuda de sangre" adquirida a raíz del asesinato del "defensista" aprista en Trujillo, De la Puente y el proyecto MIR habían llegado a un punto crítico.
Rodeado por estos dilemas, De la Puente optó por una suerte de fuga hacia adelante. Con su distintiva pasión, buscó en el mundo revolucionario la síntesis ideológica que avalara su proyecto. Así, mientras el Perú marchaba hacia su segunda elección presidencial en dos años, en procesos que habían incluido campañas con creciente participación y en los cuales la Reforma Agraria apareció como tema principal,38 mientras el estallido campesino entraba en repliegue al compás de una mezcla de concesiones y represión, el líder del MIR recorría la geografía del este comunista llegando a entrevistarse con Mao Tse Tung, con Ho Chi Minh y Kim Il Sung. De retorno a Cuba, acordó con el Che un diseño táctico basado –según descripción de Napurí– "en un supuesto modelo único cubano" consistente en varios focos guerrilleros apoyados por "un mínimo de partido" que entrarían en acción "a la brevedad posible". Convencido de que ese proyecto no funcionaría, Napurí escribió una carta al Che anunciándole que renunciaba al MIR. Éste, por su parte, anunciaría públicamente que había "zanjado" con el trotstkismo.
El gesto heroico
No había sido propicio para la izquierda local el largo año entre la entrevista de Luis de la Puente con Hugo Blanco y el último –y definitivo– retorno de aquel al Perú. El movimiento campesino –simbolizado por las luchas de La Convención– había sido contenido, la izquierda había sido duramente golpeada y en julio del 63, con apoyo del PC y con un inédito respaldo regional, Fernando Belaúnde Terry había sido elegido presidente. Un arquitecto de 51 años, mezcla de tecnócrata y caudillo, había hecho campaña desde 1956 a través de los "pueblos olvidados" del Perú ofreciendo Reforma Agraria, descentralización, caminos, ayuda técnica para las comunidades: una verdadera "conquista del Perú por los peruanos", en suma.39 ¿Representaba éste una alternativa viable de transición post-oligárquica? El PAP, la izquierda, la derecha odriísta, todo el espectro político se encargaría, en todo caso, de que tal cosa no sucediera.
Imposible exagerar el sentido de urgencia que la demanda por reformas había cobrado por aquel entonces. Después de visitar el Perú, "numerosos observadores extranjeros tienden a pensar que un segundo frente revolucionario pronto aparecerá en nuestro país", señaló a fines de 1962 Sebastián Salazar Bondy, un intelectual moderado vinculado al MSP. Para ello –continuó– las condiciones objetivas estaban efectivamente presentes: el abismo socio-económico y la penetración imperialista se profundizaban en tanto que la miseria se extendía y la acumulación de riqueza por la casta oligárquica se hacía cada vez más rapaz. En la hacienda como peón, en las alturas como comunero, en el socavón como minero, en el umbral de su choza de adobe y paja, en las "barriadas" que rodeaban Lima, maceraba –añadió– el antiguo odio indígena hacia la urbe racista y occidentalizada y todo lo que ella representaba.40 Frente al podrido sistema criollo, el mundo andino indígena –en pleno proceso de desborde sobre la franja costera– apareció como el espacio natural para un proyecto revolucionario. A inicios de los 60, sin embargo, esa fundamental dimensión de la nacionalidad peruana seguía tan desconocida como en los 20. Para algunos militantes como Hugo Blanco, el indigenismo todavía podía seguir siendo un referente más cultural que "científico". No tanto por la obra etnológica que éste venía produciendo en centros como el Instituto de Etnología de la Universidad de San Marcos, sino por su significado simbólico. Si Blanco podía hablar del "fervoroso respeto" que "los indios revolucionarios" podían sentir por "nuestro padre: el indigenismo", para la mayoría de la izquierda era una doctrina que hacía mucho tiempo ya había perdido fertilidad. Su líder de los 20 seguía siéndolo en los 60: Luis E. Valcárcel. Ahora, como etnólogo, apoyaba los proyectos desarrollistas centrados en torno a la comunidad indígena; entonces, había escrito que las masas indígenas tan sólo "esperaban a su Lenin" para desatar una "tempestad en los Andes" y sus ideas habían influido decisivamente el "socialismo indígena" descrito en los célebres Siete Ensayos de José Carlos Mariátegui.41 Tan influyente después, no obstante, este último texto había sido prácticamente desdeñado por los comunistas después de 1930.42 En realidad, en las condiciones de censura prevalecientes bajo Odría, la literatura se convirtió en un refugio intelectual, en un "recurso para conocer mejor esta realidad social y también para tratar de influir sobre ella y cambiarla".43 De las obras de Ciro Alegría, José María Arguedas y Manuel Scorza, muchos de los aspirantes a militantes campesinistas habían extraído sus imágenes del campo. Su apreciación de esa realidad, de tal suerte, era tan apasionada como poco informada de sus estructuras y procesos internos.
En ese contexto de "señores feudales" y "siervos indígenas", De la Puente y los suyos se vieron como el gran catalizador. En vísperas de su último retorno al Perú, Adolfo Gilly se había encontrado con el líder del MIR en La Habana. "Hablaba con pasión de la guerrilla que su movimiento había comenzado a organizar en el Perú", recordaría el argentino. Con la polémica chino-soviética a todo vapor, el peruano "apoyaba sin duda la línea de Pekín". Más preocupado por los aspectos prácticos de la guerrilla, sin embargo, prefería "no expresar públicamente sus reservas para evitar roces". De la Puente –recordó Gilly– había llegado al socialismo "por el camino empírico de los cubanos" y por ese camino iba "para adelante desde la ruptura con el APRA (...) hasta su aplicación concreta en la lucha armada".44 Con ese ímpetu retornó al Perú. En febrero de 1964, delineó ante unas 30.000 personas reunidas en la Plaza San Martín el escenario que justificaba la opción armada: la visión de un país sin salida, con partidos burgueses que sólo podían ofrecer "traición y escepticismo"; con una izquierda erróneamente ilusionada con "los caminos electoralistas y politiqueros", en la que hasta "inmundos traidores" prostituían la palabra "revolución". En el mundo y en América, mientras tanto, "la revolución avanzaba incontenible". Y si en el Perú la izquierda aún no actuaba era porque pasaba por una grave "crisis de fe".45 El entrampe del belaundismo, en los próximos meses, avalaría ese diagnóstico inicial: la prueba de la necesidad histórica de una vanguardia capaz de romper, armas en mano, el impasse semicolonial.
El mismo día de la inauguración de su régimen, en efecto, miles de campesinos comenzaron a tomar haciendas en varias provincias de la sierra del país. Tras varios meses de pasividad, con un nuevo Ministro de Gobierno, a inicios del 64 comenzó la represión. El PAP, mientras tanto, suscribía con la Unión Nacional Odriísta del ex dictador Odría una alianza parlamentaria abocada, en los meses subsiguientes, a bloquear y mediatizar la aprobación de la ley de reforma agraria. La violencia en ese contexto aparecía como un elemento inevitable. La experiencia de las recuperaciones de tierras –según De la Puente– probaba que "si los campesinos no se organizan, se unen y se arman, son masacrados" y que en esas circunstancias "el único poder valedero y real es el que se sostiene en los fusiles". Por eso, el campesinado requería de "su propia fuerza armada", cuyo embrión no era otro que la guerrilla. Era la clave de su "esquema insurreccional".46 Negaba el "esquema citadino" de la Revolución de Octubre, inadecuado –según el MIR– para la realidad peruana, y delineaba, más bien, varios focos guerrilleros protegidos por una "zona de seguridad" que, por su topografía y vegetación, eran virtualmente inaccesibles.47 Desde ahí, la guerrilla irradiaría su mensaje, erosionando gradualmente al "ejército mercenario", persuadiendo a sus soldados-campesinos de no atacar a sus hermanos del pueblo y desencadenando, en fin, "todas las potencias heroicas de las masas".48 Ya instalado en su base de Mesa Pelada, provincia de La Convención, De la Puente compartiría con Adolfo Gilly su visión del proceso armado a punto de iniciarse: en "corto plazo" las acciones guerrilleras se traducirían en "una revolución agraria, serrana, campesina". En ese marco, dirigidos por el partido revolucionario, los grupos campesinos invadirían las tierras de los latifundios "como ya lo hicieron espontáneamente en 1963 en todo el territorio". En un "momento posterior" saltaría "la bomba de tiempo de las barriadas marginales", donde vivía el 30% de la población de Lima, en ese "cinturón de resentimiento y miseria que en momento dado va a apretar". A esa dinámica se sumarían los estudiantes de "las dieciséis universidades que hay en el Perú", doce de las cuales estaban "controladas por la izquierda", juventud que se encontraba "muy radicalizada" y cuya "vocación de lucha es muy grande".49 Sintomáticamente, a continuación de los estudiantes, el flamante comandante guerrillero añadió: "Pienso, me olvidaba, que la clase obrera participará con posterioridad, primero con sus propias formas de lucha y en un momento dado, directamente dentro del proceso insurreccional". Y en ese rumbo, los mineros serían "los más avanzados", seguidos por "los braceros agrícolas de la Costa" y, en último lugar, los obreros fabriles".50
Era más que un simple lapsus. La prédica del MIR desdeñaba no sólo el papel de los partidos "tradicionales" sino los sindicatos y otros elementos "políticos". Ahí la diferencia con el resto de la izquierda local. Con Jorge del Prado, por ejemplo, secretario general del PCP, para quien "un arduo trabajo de masas" se requería para consolidar un liderazgo revolucionario en un país como el Perú, en el que los factores subjetivos marchaban claramente desfasados del desarrollo de los objetivos: una labor que requería usar "todas las formas de lucha", la electoral entre ellas.51 En la creación de las "condiciones revolucionarias" –era la réplica mirista– "nos abstenemos nosotros de entrar a ese juego corrompido y corruptor y preferimos identificarnos con ese profundo y alentador rechazo que expresa el pueblo cuando dice: la política es una cochinada".52 El Partido de la Revolución Peruana, en todo caso, surgiría de la lucha. Nos llaman "comunistas" –escribiría De la Puente en su misiva a Gilly–, pero la verdad cruda es "que se trata de un movimiento que por ahora corresponde absolutamente al MIR". El proceso se había iniciado "de forma irreversible". Si no querían "perder el tren de la historia", a los partidos de izquierda sólo les quedaba "asumir su papel".53
Las objeciones, en realidad, no sólo provenían de fuera de la organización. Aprobar el esquema insurreccional significó un importante desgarramiento, puesto que no todos dentro del MIR compartían la visión de Luis de la Puente de un escenario con una sola salida de corte insurreccional. Así, cuando en marzo de 1964 se decide "ir hacia la captura del poder por la vía armada", dicha propuesta debe imponerse a las de Carlos Malpica, quien prefería "luchar por la construcción del partido", y a la de Héctor Cordero Guevara, quien abogó por una combinación de lucha armada y lucha electoral.54
Convertido en la "sierra" de la versión peruana de la revolución castrista, ¿cuánto podía esperar el MIR del "llano" local? De hecho, hacia abril del 65, a Ricardo Gadea se le encargó establecer contacto con la izquierda capitalina. Al respecto, no fue mucho lo que pudo lograr. De los "moscovitas" del PCP, recuerda, recibió "una cautelosa solidaridad". Con la facción "pekinesa" fue una reunión difícil. Los acusaron de presionar a su gente para incorporarse a la guerrilla. En general –concluye Gadea– nunca se diluyeron del todo los prejuicios de que "seguíamos siendo apristas, que ignorábamos el papel histórico del PCP". A las fracciones pekinesas –comentaría De la Puente– no se les podía pedir que se sacudieran "de la noche a la mañana de todas sus taras revisionistas".55 El apoyo recibido de los trotskistas y del Frente de Liberación Nacional tenía, lamentablemente, pocas consecuencias prácticas, pues "ellos carecían de aparato". En tanto que, con el recién fundado Vanguardia Revolucionaria no conversamos orgánicamente, "aunque ellos se aprovecharon de la simpatía por la guerrilla para atraer gente hacia sus filas". En el caso del MSP, en el plano personal, algunos como Sebastián Salazar Bondy nos dieron su apoyo personal. En el fondo –concluye Gadea– "creíamos que nuestras capacidades militares iban a ser suficientes para iniciar un proceso similar al cubano".56 Reflejo de esa falsa seguridad, no sólo no actuaron para prevenir la infiltración sino que sus dirigentes comentaron públicamente sus planes, el esquema táctico y aun la posible ubicación de sus zonas guerrilleras. Al respecto –como lo reconocería Ricardo Gadea años después–, había un grave problema de fondo:
Sobre el diseño de las acciones carecíamos de información o reflexión específica. Ninguno de nosotros era un combatiente experimentado, no contábamos con ningún militar de verdad, ni extranjero ni peruano. Sobre las Fuerzas Armadas nunca se analizó que los EE.UU. habían adoptado una línea contra la subversión continental y que estaba entrenando cuadros del Ejército Peruano; no sabíamos tampoco que el Perú era el segundo país en número de oficiales entrenados en la Escuela de las Américas. Jamás se trabajó ese aspecto sistemáticamente. De ahí que nadie se detuviera a calcular las enormes debilidades en ese plano. En comunicaciones, por ejemplo, estábamos separados por inmensas distancias. De 5 o 6 núcleos que se planearon originalmente solamente dos llegaron a tener real conformación. Otro quedó a medias. Estábamos a cientos de kilómetros de distancia, y la única comunicación era un sistema de chasquis que pasaban por Lima. No teníamos cómo establecer esta relación directa, de haber contado con equipos de radio transmisor hubiésemos podido evitar muchísimos errores. Hubo una sobrevaloración de nuestras capacidades políticas, se dio por descontado que lo militar era una actitud heroica. 57
La respuesta del "comandante" De la Puente a un cuestionario que le enviara la revista Caretas refleja el estado de ánimo con que estos hombres habían marchado al combate. Las preguntas inciden en los puntos críticos del experimento armado. ¿Qué posibilidad tienen de "ampliar su acción" partiendo de un "sector tan remoto"? ¿Cómo tener éxito en una zona como el valle de La Convención con "los efectivos apreciables con que cuenta el Ejército" en esa zona y "todos los trabajos que viene realizando allí la fuerza armada"? Puesto que dicho valle se conecta con el resto del país a través de un desfiladero, ¿no podrían las Fuerzas Armadas embotellarlos con facilidad?
Subrayando la flexibilidad de la guerrilla, respondió el jefe del MIR aludiendo a los caminos de herradura a través de los cuales "caminamos a cualquier hora, con cualquier clima y en cualquier dirección". Acaso un cuartelazo o un motín –continuó el líder trujillano– podía ser "embotellado", pero no una revolución. De ahí, entonces, que no les preocuparan "los efectivos del Ejército, de Rangers, de la Policía o de los Cuerpos de Paz" si lo que estaba en curso bajo la dirección del MIR era un "hecho social, un sentimiento de rebeldía colectiva, una bandera ideológica", eventos imposibles de embotellar "cualesquiera fuesen el número de efectivos de las fuerzas represivas". Por algo –añadió– nuestra zona guerrillera se llama "Ilarec Ch'asca" o "Estrella del Amanecer", centro orientador de conciencias, anuncio del nuevo día. Dada su precariedad material y logística, de su "fe en el pueblo y la revolución" dependía, en última instancia, la victoria de la revolución.58
Una pregunta final incidiría en el problema de identidad que el movimiento revelaba. ¿Más allá de la retórica, no es el suyo un "gesto desesperado" más que el inicio de "un proceso real y coherente hacia un Perú mejor?" "No somos revolucionarios por accidente", respondió el trujillano, haciendo recuerdo –en esa hora crítica– de su trayectoria aprista, remontándose a 1954, a su entrada clandestina al Perú "desde nuestro destierro en México". Si no hubiéramos sido consecuentes con nuestros principios –continuó–, estaríamos en el Parlamento o en cualquier posición de poder. Y sin embargo, al mismo tiempo, el MIR era "algo completamente nuevo dentro de la izquierda peruana", porque "nuestra dirección es joven, incontaminada, decidida y consecuente", como lo demostraba que hubiesen abandonado los métodos clásicos que habían desprestigiado y contribuido a la desintegración de numerosos partidos de izquierda. Viejo y nuevo, aprista e izquierdista, el propio enfoque político de la insurrección vacilaba en las vísperas mismas de la entrega final.
En mayo del 64, De la Puente se había entrevistado con el Ministro de Gobierno responsable de la represión del movimiento campesino inflingida a comienzos de año, a quien le propuso que, frente al obstruccionismo del bloque apro-odriísta en el Parlamento, el Presidente Belaúnde debía "disolver" ese organismo y "convocar un plebiscito nacional para romper el círculo vicioso", denunciando a los obstruccionistas "ante el pueblo en un mitin que sería gigantesco e histórico". Continuar con la pasividad –advirtió el revolucionario al jefe de la policía del régimen– "estaba madurando las condiciones para la lucha armada en el país". Un año después, estando ya en el monte, las consignas inmediatas del MIR seguían sugiriendo la posibilidad de una salida política a la insurrección:
1. Disolución inmediata del Parlamento.
2. Amnistía general y sanción a todos los responsables civiles o militares de las masacres contra el pueblo.
3. Reforma Agraria auténtica, sin excepciones de ninguna clase.
4. Salario vital-familiar y móvil de acuerdo al costo de vida.
5. Reforma Urbana.
6. Recuperación inmediata del petróleo peruano y denuncia de los contratos con empresas imperialistas sobre nuestras riquezas.
7. Recuperación de la plena soberanía nacional.59
El Parlamento –bastión de la oligarquía y sus aliados apristas–, y no el Ejecutivo encabezado por Belaúnde Terry, aparecía en ese momento como el blanco del MIR. El destino de la guerrilla, sin embargo, estaba para ese entonces definido. En diciembre de 1964 habían acordado que, a partir de entonces, de ser detectados, debían defenderse e impedir su captura. En abril siguiente, en una reunión celebrada en Ica, la base del sur informó que un destacamento de unos 200 policías había entrado al área de Mesa Pelada, "interrogando campesinos mostrando una foto de Luis de la Puente, pidiendo información sobre él". La dirección local había acordado "montar una emboscada en tal punto e iniciar las acciones". Solicitaba, en consecuencia, el respaldo de las otras bases. El delegado del comité regional del centro –la guerrilla Túpac Amaru– volvió a su base con ese acuerdo en mano. "Ya no volveríamos a comunicarnos", recuerda Gadea. Al retornar a Mesa Pelada, sin embargo, comprobó que la situación de emergencia ahí se había atenuado y que se había retomado el trabajo campesino. La policía se había replegado antes de llegar al punto de la emboscada. "Un día, a la hora del desayuno, nos enteramos por la radio que en el centro habían comenzado su cadena de operaciones. Fue una situación terrible".60
Eran los primeros días de junio de 1965. En el Parlamento, la coalición apro-odriísta demandó mano dura, mientras se ordenaba la emisión de "bonos en defensa de la soberanía nacional" para apoyar la liquidación del brote insurgente. A fines de mes tiene lugar la "batalla de Yahuarina". Nueve policías muertos, entre ellos un oficial. El gobierno ordenó entonces al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas hacerse cargo de la situación. A fines de septiembre, apresurado por el sorpresivo inicio de las acciones, el reconstituido ELN de Héctor Béjar entró en acción ajusticiando a dos latifundistas en la sierra de Ayacucho; por algunas semanas actuarían en la zona oriental de ese departamento en el límite con Cuzco. En octubre, con de la Puente Uceda, cayó la dirección. Gadea, enviado a Lima a reconstruir la red de apoyo urbano, escapa de la muerte pero no de la cárcel. En el norte, el frente encabezado por Gonzalo Fernández Gasco no entra en combate optando por dispersarse. A inicios de enero del 66, con la caída de Guillermo Lobatón, el gesto heroico del MIR quedaba completamente debelado. Algunas explosiones dinamiteras intentaron hacer resonar en la capital el inicio de la lucha armada. "Hasta los más escépticos en la izquierda –escribiría Ricardo Letts– se alinearon momentáneamente, con admiración y respeto". No se produjeron, sin embargo, actos masivos de respaldo a los alzados: "el país parecía como anonadado".
Epílogo
Su abrumadora derrota dramatiza la notable precariedad del proyecto armado del MIR. Entendieron que su misión era proveer el elemento subjetivo en una situación, en términos objetivos, definidamente revolucionaria. El camino elegido, sin embargo, los empujó hacia el más completo aislamiento. Ni una evaluación cabal de las causas del triunfo cubano ni una lectura adecuada de la realidad rural andina estuvieron a mano en el 65. Ya en el monte, a semanas escasas de su combate final, De la Puente escribiría: "este país es quizá el más contradictorio de América Latina", pasando a examinar en detalle la enorme complejidad de la sociedad peruana. En su visión, sin embargo, a mayor complejidad, mayor fe en que la fuerza del pueblo concurriría al llamado insurreccional. Era ese el ethos mismo del proyecto guerrillero: nada sino la insurrección podía desatar las fuerzas capaces de barrer con la dominación oligárquica y el consiguiente colonialismo interno. Conocedor de primera mano del proceso del MIR, Roger Mercado conversó con él poco antes de su partida a Mesa Pelada. Concluyó que sobreestimaba "la capacidad del MIR para lograr, con su heroico gesto, la unidad indispensable para la victoria", sugiriendo que su antiguo compañero era consciente que el sentido último de su grave decisión era reivindicar para el movimiento revolucionario "la consecuencia y la dignidad tan venida a menos". Aquel imperativo moral era motivo por demás suficiente para quien –según Mercado–, como líder político, aparecía como "el vínculo, hacia atrás, con las tradiciones insurreccionales del APRA y, por extensión, de los caudillos civiles del siglo XIX".61
Para la generación de De la Puente, la historia del aprismo podía ser vista como una sucesión de gestos audaces y heroicos que, a través del tiempo, habían sedimentado una tradición de lucha genuinamente popular. La figura del Jefe anudaba el proceso y le otorgaba su sello particular. En Haya, como individuo, anclaban las amarras de la más distinguible identidad política forjada en el Perú.
En octubre de 1948, sin embargo, había comenzado una historia distinta. Con la mística horadada, de entonces al 59, De la Puente viviría el complicado alejamiento de su alma mater política. Entre el 60 y el 62 la ruptura tocó fibras más profundas en torno a su carcelería, a causa de su confrontación con activistas de su ex partido. En las luchas revolucionarias latinoamericanas y asiáticas, del 63 en adelante, el trujillano buscó el marco teórico alternativo para la revolución que el PAP había traicionado. Derivó de ese aprendizaje una visión polarizada que acentuó el sentido trágico y heroico de la política que de su formación aprista provenía. En un país de "vicios, corrupción, peculados" –había sostenido Haya en los años 30–, para ser digno de la victoria, el APRA debía lavarse "con la sangre de su sangre", tomando conciencia de que la "muerte no puede ser obstáculo".62 De la "traición aprista" era de lo que había que lavarse en los 60 para rescatar lo auténtico de aquella historia heroica que amenazaba perderse. Fue ese gesto –por encima del fracaso político e ideológico de su proyecto– lo que convirtió a De la Puente Uceda en símbolo vibrante de una nueva identidad política.
"Hablar sobre la nueva izquierda en su fase fundadora –escribiría Jorge Nieto Montesinos en 1990– es en extremo delicado" pues "hablamos de nuestros héroes, de aquellos que murieron para realizar sus sueños". Siendo así, "¿qué derecho nos asiste para intentar entrever sus circunstancias y reclamarles sus ausencias?"63 Declaraciones como esa reconocerían la preeminencia del "gesto heroico". En el terreno de los símbolos, De la Puente conseguía la victoria que su debilidad le negaba en el terreno de los hechos. Para bien o para mal, la memoria de su trágico fin sería para la nueva izquierda un referente identitario fundamental.
Entre algunos apristas, la recuperación de la figura del "comandante heroico" aparece como un acto de justicia y clarificación histórica. No es gratuito que no se haya valorado la acción política de Luis de la Puente –según Eduardo Bueno León– en un partido en el cual los errores políticos suelen ser transformados en ocasiones perdidas o traiciones a la figura del jefe. "Cuando enfrentemos el pasado político-militar del APRA, que en última instancia era expresión de su vocación revolucionaria –concluye Bueno León– muchos mitos se derrumbarán".64 Recientemente, su compañero de partido, el médico Homero Burgos Oliveros –presidente de la Región La Libertad, cuna de Haya de la Torre tanto como del líder del MIR– confirió a De la Puente la condecoración "Gran Orden de Chan Chan en el grado de Gran Cruz". En su discurso, Burgos Oliveros demandó a "todos los poderes del Estado" la "ubicación, identificación y entrega a sus familiares de los restos del insigne luchador social". No quiero "cargar la culpa de los que lo condenaron a muerte", afirmó, refiriéndose al proyecto de ley presentado por su propio partido estableciendo la pena de muerte para los insurrectos del 65.
Desaparecida la generación fundadora, la tradición aprista se refuerza y reincorpora en su firmamento simbólico a sus más prestigiosos disidentes, recobrando así –de manos de los herederos de la "nueva izquierda"– el legado de una lucha dirigida contra ella. Cerrado, con la derrota de Sendero Luminoso, el ciclo de la violencia insurreccional abierto con el MIR en el 65, la imagen del guerrillero puro y justiciero –frente al vesánico y fundamentalista encarnado por Abimael Guzmán–aparece más nítida y acomodable. Frente al desprestigio actual de la política y de los políticos, uno se pregunta si esa cultura política de héroes y traidores pudiera seguir teniendo vigencia hoy. Y si, de ser esto posible, coadyuvaría a reproducir el culto a la violencia que históricamente la acompañó.
NOTAS
1. Regis Debray, ¿Revolución en la Revolución?, La Habana: Casa de las Américas, 1967.BACK
2. José Rodríguez Elizondo, La crisis de las izquierdas en América Latina, Caracas: Instituto de Cooperación Iberoamericana/Editorial Nueva Sociedad, 1990; Timothy Wickham-Crowley, Guerrillas and Revolution in Latin America: a comparative study of insurgents and regimes since 1956, Princeton, NJ: Princeton University Press, 1992 y Thomas C. Wright, Latin America in the Era of the Cuban Revolution, New York: Praeger Publishers, 1991.BACK
3. Véase al respecto, Raj Desai y Harry Eckstein, "Insurgency. The transformation of Peasant Rebellion", en World Politics, vol. XLII, no. 4, Julio 1990, pp. 442-465.BACK
4. Luis Alberto Sánchez, Apuntes para una Biografía del APRA (Una larga guerra civil), Lima: Ediciones Mosca Azul Editores, 1979, p. 114.BACK
5. Andrés Townsend Ezcurra, 50 Años de Aprismo. Memorias, Ensayos y Discursos de un Militante, Lima: Editorial e Imprenta Desa, 1989, p. 84.BACK
6. Héctor Cordero Guevara, "El Apra y la Revolución (Tesis para un replanteamiento revolucionario)" [1952], en Del Apra al Apra Rebelde (Documentos para la Historia de la Revolución Peruana), Lima, 1980, pp. 1-35.BACK
7. Horacio Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, Ediciones El Cielo por Asalto, 1996, pp. 26 y 141.BACK
8. Juan Cristóbal, ¡Disciplina Compañeros!, Lima: Debate Socialista, 1985, p. 153. BACK
9. José Bermúdez y Luis Castelli, "Treinta años del Che" (Entrevista a Ricardo Napurí), en Revista Herramienta, No 4, http://www.inisoc.org/che.htm. BACK
10. H. Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina, p. 143.BACK
11. J. Bermúdez y L. Castelli, "Treinta años del Che". Las citas siguientes corresponden a este texto.BACK
12. "La Realidad Nacional y la línea política de la Convivencia". Moción presentada en la IV Convención del Partido Aprista el 10 de octubre de 1958 en Del Apra al Apra Rebelde, pp. 56-108.BACK
13. Ibíd., pp. 123-24.BACK
14. M. J. Orbegoso, "Luis de la Puente Uceda: Rebelde con Causa", en MJO-Entrevistas, Lima, 1989, pp. 46-53.BACK
15. Luis de la Puente, La Reforma del Agro Peruano, prólogo de Marco Antonio Malpica, Lima, s/f.BACK
16. Marco Antonio Malpica, Biografía de la Revolución. Historia y Antología del Pensamiento Socialista, Lima: Ediciones Ensayos Sociales, 1967, pp. 503-504.BACK
17. H. Tarcus, El marxismo olvidado, p. 149. BACK
18. MIR, "Manifiesto de Chiclayo", Lima: Ediciones Voz Rebelde, 1963, p. 13.BACK
19. J. Bermúdez y L. Castelli, "Treinta años del Che", p. 4.BACK
20. Véase sobre el tema: Howard Handelman, Struggle in the Andes: Peasant Political Mobilization in Peru, Austin: University of Texas Press, 1974; Eric Hobsbawn, "Peasant Land Occupations", en Past and Present 62, febrero 1974, pp. 120-152; Hugo Neira, "Sindicalismo campesino y complejos regionales agrícolas", en Aportes [Paris, Francia] No 18, octubre 1970, pp. 27-67.BACK
21. POR (Órgano del Partido Obrero Revolucionario) No 9 (Julio 1, 1961) y 10 (Julio 20, 1961).BACK
22. Aparte de Tierra o Muerte, sus planteamientos son expuestos en El camino de nuestra revolución, Lima: Ediciones Revolución Peruana, 1963.BACK
23. Para una historia detallada de este episodio, véase: Gonzalo Añí Castillo, El secreto de las guerrillas, Lima: Ediciones Más Allá, 1967.BACK
24. Véase al respecto, Matt Childs, "An Historical Critique of the Emergence and Evolution of Ernesto Che Guevara´s Foco Theory", en Journal of Latin American Studies, 27, 1995, pp. 593-624.BACK
25. Entrevista con el autor. Lima, agosto 20, 2003. "Sofocleto" era un conocido militante comunista peruano y Violeta Carnero Hocke era una militante aprista devenida izquierdista en los años 50. Su hermano Willy había participado con Luis de la Puente Uceda en el plan insurreccional de 1954, lanzado con apoyo peronista. BACK
26. Ibíd.BACK
27. Héctor Béjar, Las guerrillas de 1965: Balance y Perspectivas, Lima: PEISA, 1973, pp. 17-18.BACK
28. Entrevista con el autor.BACK
29. Entrevista con el autor. BACK
30. Hugo Blanco, "Generalidades sobre el modo de acción del militante de la ciudad que atiende al campo y algunas notas", Cuartel Mariscal Gamarra, junio de 1963, en Revolución Peruana, órgano del FIR, Julio 2, 1963, pp. 7-11. BACK
31. J. Bermúdez y L. Castelli, "A treinta años del Che".BACK
32. Testimonio de Ricardo Gadea en Jon Lee Anderson, Che Guevara. A Revolutionary Life, New York: Grove Press, 1997, p. 560.BACK
33. Entrevista con el autor. BACK
34. J. Bermúdez y L. Castelli, "A treinta años del Che".BACK
35. Ibíd.BACK
36. Ibíd.BACK
37. Ibíd. BACK
38. En las elecciones presidenciales de 1962, Haya de la Torre había derrotado por escasísimo margen a Fernando Belaúnde Terry. Esos comicios, sin embargo, fueron declarados nulos por la Junta Militar en el poder. En el nuevo sufragio de 1963, Belaúnde alcanzó el porcentaje necesario para convertirse en Presidente de la República.BACK
39. Fernando Belaúnde Terry, La conquista del Perú por los peruanos, Lima: Ediciones Tawantinsuyu, 1959.BACK
40. Sebastián Salazar Bondy, "Andes and Sierra Maestra", en Monthly Review, Diciembre 1962, vol. 14:8, pp. 414-422. BACK
41. Sobre la evolución del pensamiento de Valcárcel, véase Luis E. Valcárcel, Memorias, Lima: IEP, 1981. Para un balance reciente del pensamiento indigenista peruano, Mirko Lauer, Andes Imaginarios. Discursos del Indigenismo 2, Lima: SUR-Centro Bartolomé de las Casas, 1997 y Carlos Franco, "Impresiones del Indigenismo", en La Otra Modernidad (Imágenes de la sociedad peruana), Lima: CEDEP, 1991, pp. 57-77.BACK
42. Primero vino el ataque al "mariateguismo" por un funcionario de la Internacional (V.M. Miroshevski, "El 'populismo' en el Perú. El papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano", en Mariátegui y los orígenes del Marxismo Latinoamericano, Selección y prólogo de José Aricó, México: Siglo XXII Editores, 1978, pp. 55-70). Jorge del Prado, posteriormente, rescató su pensamiento como pilar de la experiencia comunista peruana. A comienzos de los años 50, según Manuel Miguel de Priego, no pudo encontrar en Lima "comunista alguno que me pudiera prestar los Siete Ensayos". (Manuel Miguel de Priego, "Memoria y presencia del comunismo en el Perú", en Pensamiento político peruano 1930-1968, pp. 233-285). Sobre las influencias del pensamiento de Valcárcel en Mariátegui, véase: Gerardo Leibner, El Mito del Socialismo Indígena de Mariátegui, Lima: PUC Fondo Editorial, 1999 y José Luis Rénique, Los Sueños de la Sierra, Lima: CEPES, 1991, capítulo 3.BACK
43. "Entrevista a Mario Vargas Llosa", en Primera Mesa Redonda sobre Literatura Peruana y Sociología del 26 de mayo de 1965, Lima: IEP, 2003, pp. 70-87.BACK
44. Adolfo Gilly, La senda de la guerrilla, México: Editorial Nueva Imagen, 1986, p. 150.BACK
45. Luis de la Puente Uceda, "El camino de la revolución" [Febrero, 1964], en Obras de Luis de la Puente Uceda, Lima: Voz Rebelde Ediciones, 1980, pp. 3-19. En adelante, OLPU.BACK
46. L. de la Puente, "Los dos árboles" [1964], en OLPU, pp. 111-113.BACK
47. L. de la Puente, "Esquema de la lucha armada" [Diciembre 1964], en OLPU, pp. 59-65.BACK
48. L. de la Puente, "Nuestra posición" [Marzo 1964], en OLPU, pp. 23-37.BACK
49. De Luis de la Puente Uceda a Adolfo Gilly, Illarec Ch'aska (Estrella del Amanecer), 15 de agosto de 1965, en La senda de la guerrilla, pp. 152-156.BACK
50. Ibíd., p. 155.BACK
51. Jorge del Prado, "Mass Struggle –The key to Victory. The Political Situation in Peru and the Tactics of the Communist Party", en World Marxist Review, Mayo 7, 1964, pp. 11-18.BACK
52. "Nuestra Posición", p. 30.BACK
53. De L. de la Puente a A. Gilly, pp. 155-56.BACK
54. J. Cristóbal, "Máximo Velando: el optimismo frente a la vida", p. 12.BACK
55. De L. de la Puente a A. Gilly, p. 154. BACK
56. Entrevista con el autor.BACK
57. Ibíd.BACK
58. L. de la Puente, "Respuesta al cuestionario presentado por la revista Caretas", en OLPU, pp. 101-07.BACK
59. Ibíd., p. 107. BACK
60. Entrevista con el autor.BACK
61. Roger Mercado, Las guerrillas del MIR, 1965, Lima: Editorial de Cultura Popular, 1982, p. 81. BACK
62. Víctor Raúl Haya de la Torre, "Discurso del 12 de noviembre de 1933", en O. C., vol. 5, pp. 153-160.BACK
63. Jorge Nieto Montesinos, "¿Vieja o Nueva Izquierda?", en Pensamiento político peruano 1930-1968, pp.BACK
64. 381-410. Eduardo Bueno León, "El regreso de la memoria histórica (¿Y si De la Puente hubiese permanecido en el APRA?)", en http://balcon1.tripod.com/eduardo20nov-01.htm
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