Una de las tareas mediáticas emprendidas por la derecha en las últimas semanas es negar que exista un giro a la izquierda en A. Latina. Con la misma técnica de tapar el sol con un dedo que utilizan en otros ámbitos de actividad pretenden engañarnos sobre el avance de la izquierda en la región. No les basta con los triunfos de Lula, Chávez, Correa y Ortega, en los últimos tiempos, la formidable oposición de López Obrador al fraude de la derecha mexicana, los gobiernos de Bachelet, Kichner y Tabaré Vázquez. Todo ello, impensable hace 10 años, no vale nada para esta gente. Es más, la mayor parte de estos gobiernos viene teniendo indudable éxito, reconocido por propios y extraños, en distintos terrenos de política económica y social, así como en el avance del proceso de democratización de sus países.
¿Cuál es el argumento de esta campaña mediática? Que los gobiernos llamados de izquierda aplican una política económica de mercado, lo cual invalidaría su posición progresista. No les importa la adecuada regulación de la misma, si es de mercado tiene que ser de derecha. Esta es una vieja artimaña de la retórica reaccionaria que dibuja un enemigo con determinados atributos para luego pasar a destruirlo. Es absurdo en el mundo de hoy negar la vigencia de la economía de mercado y de la economía abierta. Nadie en su sano juicio, salvo quizás el estalinismo arcaico, defiende la planificación centralizada.
No es eso lo que define a un gobierno como de izquierda en la A. Latina de hoy. La definición izquierdista está dada por el tipo de relación que se establece entre economía y política. En los gobiernos llamados de izquierda la política democrática está al mando y no la economía, lo cual no significa irresponsabilidad alguna: tan solo la afirmación de la autoridad pública sobre los intereses privados. En los gobiernos de derecha, por el contrario, sigue primando, incluso en el manejo de la cosa pública, la lógica de los intereses particulares. Esta situación llevada al extremo es la que tuvimos en la época de Fujimori y Montesinos, constituyendo lo que he denominado como “capitalismo de amigotes”, donde la ganancia no depende de la competitividad de los factores de producción sino de las relaciones que tengan los empresarios con el poder de turno.
Esta situación no ha sido exclusiva del Perú, la hemos visto también en la Argentina de Menem y el México de Salinas. De más está decir que ni Toledo ni García se han atrevido a desmontarla. Como me decía un amigo hace pocos días buscando establecer diferencias entre el Perú actual y el Chile gobernado por la concertación de socialistas y democristianos. ¿Qué nos distingue de Chile si en ambos países hay economía abierta de mercado? Pues una cuestión muy sencilla. Cuando en el Perú, un rico nacional o extranjero llama a un alto funcionario gubernamental, en la mayor parte de los casos el funcionario se caga de miedo, mientras en Chile, por el contrario, suele cagarse de risa. La diferencia entonces es sustantiva. Cuando domina la política y se establece la autoridad pública es factible construir democracia y bienestar para los ciudadanos.
Cuando domina, en cambio, el mercado y, peor aun, los amigotes, tenemos democracias de baja intensidad, como la nuestra, e invitamos a la corrupción. La opción entonces está clara. Si optamos por el dominio de la lógica mercantil estamos en la derecha y si reverenciamos a los amigotes, peor todavía, en la corrupción. Si optamos por la lógica de la política democrática estamos hacia la izquierda y en la posibilidad de promover los intereses colectivos. Ahora, imagínense dónde está el gobierno de Alan García.
www.larepublica.com.pe 9 dic. 2006
No hay comentarios.:
Publicar un comentario