Como Stalin, Boris Yeltsin tradujo al ruso más crudo realidades demasiado sutiles para la Rusia salvaje
Boris Yeltsin estrecho la mano de Mikhail Gorbachev el 23 de agosto de 1991, en su primera reunión tras el golpe contra el entonces presidente soviético
el 19 de agosto de 1991 con Boris Yeltsin en lo alto de un vehículo armado, frente al edificio de la Federación Rusa
por Rafael Poch - Pekin |
Confundiendo tiempos y personajes, símbolos y fachadas, hoy escucharemos que con Boris Yeltsin ha muerto el "enterrador del comunismo". Pero lo que murió en diciembre de 1991 no fue el comunismo, sino la URSS. El comunismo ruso era un cadáver desde los años 30 y su enterrador no fue Yeltsin, sino Stalin.
Como Stalin, Yeltsin fue quien tradujo al idioma ruso tradicional una situación extraña o foránea, en el primer caso una revolución social exitosa, en el segundo una reforma gradualista y democrática que se llamaba "perestroika".
Como Stalin, Yeltsin fue popular y creó un sistema. La Rusia de Putin es institucionalmente hija suya. Putin ha afianzado la autocracia con carcasa democrática que Yeltsin institucionalizó, y el sucesor de Putin seguirá con ese esquema, hasta que los rusos maduren, se rebelen y lo derriben, dentro de algunos años. Esperemos que sea con una "revolución de terciopelo" europeizante y no con algo más dramático.
Dirán también que ha muerto el "reformador" de Rusia, el que dio la "libertad y la democracia" a los rusos, atribuyendo a Yeltsin títulos que son más bien de Gorbachov, el artífice del pluralismo institucional, un monarca absoluto que transfería cada vez más poder a instituciones antes irrelevantes. Yeltsin hizo lo contrario. Heredó el pluralismo institucional de aquél, pero se apropió del poder del parlamento hasta convertirlo en una institución casi tan irrelevante como el Soviet Supremo anterior a Gorbachov. Para ello tuvo que disparar con tanques contra el primer parlamento plenamente electo por sufragio universal -electo en la época de Gorbachov en las elecciones más libres- de la historia de Rusia. El escenario físico de aquel Tiananmen moscovita, que Occidente vendió como "defensa de la democracia", fue el mismo que el del golpe de estado de 1991. Donde los dirigentes golpistas de la URSS no se atrevieron a disparar, Yeltsin se atrevió. En ese sentido, Yeltsin fue un hombre temerario.
Dirán que Yeltsin fue quien paró el golpe de agosto de 1991 y esto es verdad. Pero olvidarán decir que su irresponsable política durante el año 1990 y 1991 fue uno de los principales desencadenantes de aquel golpe. La Rusia de Yeltsin pactaba con todos los enemigos del "centro", su línea política era disolver la URSS, pero no por principios, sino por una mera ambición de poder. Para ser el "numero uno" en el Kremlin, Yeltsin y la burocracia de la Federación Rusa tenían que disolver la URSS. Y lo hicieron.
Ambicioso, temerario, muy flexible en ideas y con gran olfato popular. En una transición política como aquella, eso tenía sus ventajas. En cosa de dos años, entre 1987 y 1989, pasó de ser neoleninista y luchador contra los privilegios de la nomenclatura (un chiste comparado con lo de ahora), a ser socialdemócrata y neoliberal de derechas en el sentido de la Tatcher y Reagan. En otros tres años, pasó de Presidente demócrata y populista a autócrata. En su otoño, fue un zar decadente y fanfarrón, rodeado de una corte corrupta aunque él no era un hombre de riquezas, sino de poder. Algo parecido a Mobutu, pero en Rusia, sin amor por los diamantes y con mando de misiles intercontinentales capaces de destruir el planeta varias veces. Fue en esa calidad que desencadenó la criminal guerra de Chechenia. Junto con el saqueo del patrimonio nacional ("privatización") y la incompetencia económica (la "reforma de mercado" de Gaidar) esa guerra fue su peor legado. Un verdadero parlamento habría impedido muchos de esos desastres. Los tanques de Chechenia fueron consecuencia de los de Moscú.
Al hacer la gran cuenta de la historia, decimos de Stalin que reconstruyó con otras formas el imperio de los Románov, al que llamó URSS, y lo hizo durar otros sesenta años. Por el camino mató al 0,5% de su población, en el Gulag y con los fusilamientos del "gran terror", y venció a Hitler, otro canalla. De Yeltsin diremos que contribuyó a la versión rusa de aquella "descolonización" que los imperios europeos realizaron varias décadas antes. Ellos se retiraron de India, de África y de Indochina, y los rusos se retiraron de la Europa del Este, de sus estados clientes en todo el mundo y de la propia URSS. Lo curioso es que si los europeos occidentales dejaron desastres en India, Paquistan, Birmania, Argelia, Kenya, Oriente Medio, etc, los rusos dejaron el grueso del desastre en la propia Rusia. Pese a Chechenia, su retirada imperial fue más pacifica y menos sangrienta que la de ingleses o franceses. Quizá esa retirada imperial sea la mejor contribución de Boris Yeltsin. Siempre la favoreció.
El siglo XX comenzó en San Peterburgo en 1917 y concluyó en Moscú, en 1991. Yeltsin cierra esa gran serie, pero con muy poca dignidad.
Rafael Poch fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú
www.lavanguardia.es 24 abril 2007
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