martes, noviembre 07, 2006

Religiòn y Estado Laico - Alexandro Saco

El tema es simple: las políticas públicas no pueden implementarse con perspectivas religiosas. Están concebidas para aspirar al bien común. Las religiones nunca han llevado prosperidad a ningún pueblo. Son un soporte, cierto, pero implican límites que un Estado no puede aceptar. El discurso religioso llevado a la política como la voz de la mayoría lo desvirtúa. El Perú no es ajeno a la ofensiva ultraconservadora. La propuesta de pena de muerte lo ha mostrado de modo transparente. La laicidad del Estado implica mayores libertades. El liberalismo es incompatible con la influencia religiosa en política.

Dicho lo anterior, respetar la religión de los demás es ineludible. Los aspectos positivos de la religión van más por orientaciones y prácticas personales que guiados por un discurso ortodoxo. En ese sentido, confrontar a los que se asumen voceros de la moral vía la religión mayoritaria del país, es hacerle un bien a la religiosidad popular, que es finalmente la que sustenta lo que definimos como catolicismo en el Perú. La iglesia no es una democracia: tiene un rey. Sus voceros pontifican. El gobierno actual usa a la religión católica. Eso no le hace bien al país. Ni que el mayor representante católico esté en constante confrontación política. Criticar esa participación excesiva en la vida pública encuentra una respuesta desaforada, señalando que lo que se pretende es crear una sociedad atea. Las calificaciones de asesinos y faltos de moral que se hace a los que confrontan tesis que el catolicismo impone, son la continuidad de los manuales para castigar las herejías. La mayoría de los peruanos provenimos de una formación católica de la que no renegamos, pero tenemos el derecho de criticar.

Todas las estructuras organizativas que las civilizaciones crean son susceptibles de ser analizadas. La Iglesia u otros grupos religiosos usan estructuras terrenales, no pueden ampararse en divinidad alguna para influir en la colectividad. La religiosidad es una disposición íntima que muchos albergan y otros no. Cuando esa intimidad es llevada a lo público produce las peores situaciones, porque ante la supuesta verdad que la fe propaga nada se puede oponer. Un poco de humildad hace falta a muchos jerarcas religiosos.
www.larepublica.com.pe 7 nov. 2006

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