MARÍA McFARLAND Especialista sobre asuntos colombianos de Human Rights Watch
YOLANDA GUERRERO - Madrid - 20/11/2007
María McFarland (1976) es desde hace cuatro años la experta sobre Colombia de la organización humanitaria internacional Human Rights Watch (HRW), con sede en Nueva York. La semana pasada visitó España para participar en el seminario Balance de dos años de aplicación de la Ley de Justicia y Paz, organizado por el Centro Internacional de Toledo por la Paz (CITpax).
Ante el drama de violencia y muerte que vive Colombia, la investigadora confiesa que el país “es probablemente nuestra principal prioridad en América Latina”. “Colombia es una inmensa crisis humanitaria”, recuerda, y añade las razones: “Hay más de tres millones de desplazados dentro del país —sólo le supera Sudán— y los niveles de violencia política han sido y siguen siendo sumamente elevados. Es el lugar del mundo con el mayor índice de muertes de sindicalistas: ya van 27 este año”.
McFarland atribuye “el grado de amenazas y presiones, que afectan a la capacidad de la población civil de expresarse plenamente, a grupos guerrilleros de izquierda, como las FARC Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia] y el Ejército de Liberación Nacional [ELN], que en los lugares que controlan crean su propio miniestado, con sus leyes. Pero también lo hacen, de una manera menos evidente, los paramilitares, que operan como mafias”.
Human Rights Watch es crítica con el proceso de desmovilización de paramilitares emprendido por el Gobierno de Álvaro Uribe, al que ya se han acogido más de 30.000 personas. “La Ley de Justicia y Paz fue diseñada para dar una salida a los que tenían procesos en su contra”, explica McFarland. “En realidad, los paramilitares nunca tuvieron mucho que temer del Estado colombiano; al contrario, durante años hemos documentado muchos casos de tolerancia y connivencia entre sectores militares y paramilitares. Pero cuando en 2002 EE UU solicitó la extradición de tres jefes paramilitares por narcotráfico, con la inclusión de las AUC [Autodefensas Unidas de Colombia] en la lista de organizaciones terroristas, cambió la dinámica. Los paramilitares empezaron a buscar algo que les permitiera limpiarse a cambio de una pena mínima. Y el Gobierno de Uribe les siguió el juego”.
La organización humanitaria denuncia que la ley de Uribe, tal y como estaba concebida, era una “ley sin credibilidad”. “Lo que nosotros hemos criticado desde el principio es que el proceso de desmovilización no estaba enfocado a un desmantelamiento total del grupo. No basta con ceremonias masivas de entrega de armas, como hizo el Gobierno”, añade la investigadora, que ostenta la doble nacionalidad peruana y estadounidense. Hasta que “la Corte Constitucional respondió el año pasado a una demanda contra la ley y logró cambiar sustancialmente la ley: dijo que tenía que haber confesión plena y veraz, eliminó unas limitaciones que impedían que la fiscalía investigara y dijo que, si los desmovilizados mentían, o no entregaban bienes adquiridos de forma ilícita, o volvían a delinquir, perderían todos los beneficios otorgados. La gran pregunta ahora es si la fiscalía, que es la encargada de poner todo esto en práctica, va a tener la suficiente capacidad e independencia para hacerlo como debe”.
Y la otra pregunta que todo el país se formula es si, al bajar el telón de la puesta en escena del desarme, se fragua ahora una reedición del paramilitarismo, con la reorganización de los desmovilizados y sobre todo de sus jefes, a pesar de encontrarse en benévolas cárceles: “Es muy difícil saberlo”, contesta McFarland. “Lo que sí puedo decir es que no se ha tocado prácticamente las estructuras financieras del paramilitarismo: de dónde sacan sus recursos, todas esas redes criminales de narcotráfico y extorsión… No ha sido investigado, porque no era el objetivo del proceso de desmovilización. Diversos informes (de la OEA, por ejemplo) dicen que hay 3.000 hombres armados en distintos grupos. Otros informes hablan de hasta 8.000 paramilitares armados, que es la cifra que había a finales de los noventa”.
Y mientras, se descubren los tentáculos de una red bautizada como parapolítica, la de los vínculos —tan estrechos como profundos— entre paras y políticos, aunque no gracias al proceso de desmovilización. “No, como algo absolutamente paralelo”, prosigue María McFarland. “La Corte Suprema inició la investigación gracias en parte a los medios de comunicación. Ya hay 44 congresistas investigados, todos de la coalición de Uribe”.
La otra barricada que contribuye a la agonía de Colombia es la levantada por las guerrillas. El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se entrevistará hoy en París con su homólogo, Nicolas Sarkozy, y es más que previsible que gran parte de la reunión esté centrada en las labores de mediación de Caracas entre las FARC y Bogotá. El objetivo es lograr un canje humanitario de medio millar de guerrilleros presos y 45 secuestrados, entre los que se encuentra Ingrid Betancourt, que también tiene nacionalidad francesa.
Al respecto, María McFarland admite: “En cualquier negociación con grupos armados, aplicamos los mismos estándares: no puede haber impunidad por delitos de lesa humanidad. Evidentemente, los comandantes de las FARC tienen muchísima responsabilidad en masacres y homicidios… A diferencia del Gobierno colombiano, que advierte de que en la negociación va a tener que haber mucha impunidad y amnistía, nosotros creemos que las FARC tienen que liberar a los secuestrados sin condiciones. Nuestra posición es que deberían liberarlos a todos ya, porque están violando constantemente los derechos de sus rehenes. La verdad es que vemos el proceso con escepticismo”.
“España apoyó a Uribe para equilibrar su relación con Venezuela”
¿Qué función cumplen organizaciones sin afán político como Human Rights Watch en situaciones tan complejas como la de Colombia? “Lo más eficaz que podemos hacer es el trabajo en el plano internacional”, responde María McFarland. “Por ejemplo, informar a Gobiernos que tienen algún tipo de influencia sobre Colombia”.
Ésa, sin embargo, ha sido ardua tarea a este lado del Atlántico. Así lo denuncia la investigadora de HRW: “Cuando se promulgó la Ley de Justicia y Paz, en 2005, la UE hizo una declaración suave, tan sólo una crítica sutil, en un momento en que se necesitaba una crítica dura. Y la postura que España asumió dentro de la UE fue de firme apoyo a las propuestas de Uribe”.
A finales de 2004, cuando el PSOE aún se estrenaba en el poder, comenzó a arreciar una de las primeras polémicas hispano-venezolanas, aunque en aquella ocasión con ambos Gobiernos del mismo lado: el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, acusó al ex presidente José María Aznar de haber apoyado un golpe de Estado que en 2002 desplazó durante dos días a Hugo Chávez de la presidencia venezolana.
Poco después, cuando salió la ley de Uribe, “España se esforzó por respaldar al Gobierno de Colombia para equilibrar la relación que se había establecido con Venezuela”, según McFarland. “Y eso ha perjudicado a la imagen de España en América Latina. Se puede tener una relación positiva con el Gobierno colombiano, pero no acrítica. Sería muy beneficioso que el Gobierno español tomara ahora una posición de apoyo fuerte a las instituciones judiciales colombianas. Si España quiere ser amiga de Colombia, está bien; pero los amigos se dicen la verdad”.
En Washington, el trabajo es más fácil, gracias en parte al proyecto de TLC (tratado de libre comercio), ahora a debate en el Congreso: “Hay mucha preocupación entre los congresistas demócratas por la influencia de la violencia antisindical, por un lado, y por otro, por la parapolítica”.
“Es importante que el Gobierno colombiano reciba dos mensajes de toda la comunidad internacional: primero, que no puede haber impunidad para los paramilitares ni para sus colaboradores, ya sea en política o en sectores económicos . Segundo, que el Gobierno no sólo tiene que respetar la independencia del poder judicial sino apoyar políticamente y con recursos las investigaciones”.
Prototipo de un ‘para’ desmovilizado
María McFarland sonríe con sana envidia al ver una grabadora sobre la mesa de la entrevista: “En mi trabajo no puedo usar grabadoras, porque muchas veces entrevisto a víctimas o fuentes que no quieren ser grabadas. Así que... puro apunte”.
La investigadora ha hablado con paramilitares desmovilizados para alcanzar a comprender la magnitud del problema. ¿A qué biotipo responden? “Son personas que fueron reclutadas muy jóvenes, a los 16 años en muchos casos, que no tenían muchas oportunidades económicas y que vieron a los paramilitares como a los poderosos: ellos querían ese poder”, responde. “En el fondo, era una opción laboral”.
“Muchos participaron en masacres y hechos atroces. Algunos tienen problemas psicológicos muy graves, que no ven lo que hicieron como algo malo sino como un asunto de venganza, para proteger a su gente y para eliminar guerrilleros; por tanto, podrían volver a hacerlo. Hay otros que están traumatizados, sobre todo los que fueron reclutados a la fuerza, que más bien son víctimas y que no deberían ser procesados, especialmente los menores de edad. Pero en lo que coinciden muchos es que la desmovilización servirá para limpiarse y empezar de nuevo”.
¿Y tienen razón? “Algunos dicen que van a ver cómo les van las cosas como reinsertados: si no funcionan, volverán a los grupos paras. Esto significa que sí, que hay un espacio en el que los programas de reinserción podrían funcionar”.
Elpais.com 20 nov. 2007
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