Se prepara un homenaje para Alfonso Barrantes. Será este 5 de diciembre, en la Casona de San Marcos, a las 7 de la noche.
Hace falta Barrantes, cuánta falta. Era el mejor comunicador de la izquierda. Lo han tenido que sustituir quinientas ONG que, todas juntas, no hacen un Barrantes. Porque las ONG no ganan la alcaldía de Lima, no hacen prédica en la tele, no unifican a la izquierda. Las ONG son, al fin y al cabo, las embajadas de la culpa primermundista. Y la plata que reciben sirve para estudiar por qué no avanzamos, cosa que saben de sobra los ricos que envían esa plata.
Pero no sólo a Barrantes se le recuerda con la sensación del vacío no cubierto. Se extraña a Carlos Malpica, el sanguíneo, nervioso y eficaz Google de la izquierda de los 60 y 70. Gracias a Malpica y a su capacidad de síntesis supimos quiénes mandaban en el Perú y cómo era que el crochet del billetón tejía sus tramas.
¿Y dónde está Andrés Townsend, que siempre huía de la aldea y se dirigía al continente y a la integración? No hay un Townsend anfictiónico y culto en la política de hoy. Lo que hay es Aurelio Pastor, el Joseph McCarthy del corso de primavera de Trujillo.
Para no decir que extrañamos a Luis Alberto Sánchez, la Wikipedia hablada del Apra, el ensayista torrentoso que debutó a los 21 años con un magnífico ensayo sobre la poesía en la Colonia y que no cesaría de intervenir en el mundo de la cultura y la política hasta muy poco antes de su muerte. ¿Quién lo ha reemplazado? Nadie. No hay en el Apra ni en ninguna otra bancada alguien que tenga un vago parecido con Sánchez. Se diría que la cultura perdió a sus representantes en la política. Y la política se llenó de zamarros, economistas ultraliberales, impresentables surtidos.
Extrañamos a Manuel Moreyra Loredo, que hablaba de la economía como un sabio porque era un sabio hecho a solas y sin haber estudiado estrictamente economía. Porque la especialidad hizo a la Universidad del Pacífico pero el genio hizo a Moreyra, que nunca separó a la economía de su férreo entorno: el poder del dinero, los grandes intereses imperiales, las peligrosas recetas generalistas. ¡Cómo se hubiera reido Moreyra de la estrechez de miras del ministro Carranza, que tiene cara de candado para los de abajo y de ganzúa para los de arriba! Moreyra era uno de los pocos que les sabía el truco a los gringos y les hablaba de tú –no en el sentido del tuteo subordinado de Toledo sino en el de un verdadero par que no permite el maltrato–. ¿Quién está en el lugar de Moreyra? Lo que hay es una barraca de mayordomos dispuestos a servir a todos los TLC que en el mundo sean.
Mario Polar, ¿dónde diablos se ha metido? Era el conservador que uno hubiese querido tener como adversario, el orador sin faltas que embellecía el noble arte de la discusión. Era una síntesis de Arequipa y lo más decente de la derecha y daba gusto oírlo oponerse a lo que él consideraba el avance desgraciado de ciertas reformas.
Si los jóvenes de hoy supieran de qué calidad de gente estuvo poblada la política peruana verían con más precisión la desgracia actual. ¿Qué es la política peruana hoy, por lo general? La respuesta es sencilla: lo que quedó después de la inmersión del país en el fujimorismo. Fujimori, encarnación del fascismo analfabeto, Mussolini sin discurso, obtuvo al final un triunfo devastador: que el Perú se pareciera a él y a su banda, que su figura siguiera merodeando Palacio con el Toledo del segundo piso (“haremos el segundo piso del fujimorismo”, dijo en su campaña) y el García de la continuidad sacada del sombrero tongo. La única figura que no encajó en todo esto fue la de Paniagua. Por eso el atentado de Lúcar y el odio de la prensa fujimorista a Valentín Paniagua, otro que, gravemente, no está entre nosotros. Otro que extrañamos.
La Primera
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