La ejecución del Che Guevara, hace 40 años, ha traído en todo el mundo el recuerdo de este hombre que encarnó la generosidad y la pureza del revolucionario auténtico.
“En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte”, escribió César Vallejo. Ernesto Che Guevara podía haberlo firmado.
Recuerdo el día en que Juan Pablo II viajaba a Cuba. Almorzaba yo en un restaurante de Jesús María que tenía encendido un televisor, y escuché las palabras en italiano del Papa a bordo del avión:
“Ho capito che il Che lottava per i poveri”: He comprendido que él luchaba por los pobres.
Esa fue la clave de su vida y de su muerte.
A quienes lo acusan de haber presidido juicios contra los asesinos de la dictadura de Fulgencio Batista --dictadura apoyada, para variar, por Estados Unidos--, habría que recordarles que esos verdugos ajusticiados habían sido torturadores capaces incluso de castrar a jóvenes que lucharon por la libertad.
El argentino Pacho O’Donnell ha acogido en la biografía: Che. La vida por un mundo mejor este testimonio: “Durante la campaña de la Sierra, cuando la toma del cuartel de Guiñé de Miranda, el ejército se rinde pero un compañero no oye la orden de alto el fuego y sigue tirando. El Che se corrió hacia su posición, le dio con el codo y le dijo: ‘¡Oye, tienes que dejar de tirar, que se rindieron. Y cuando un hombre se rinde ya deja de ser enemigo!’.”
Hay distinguidos peruanos en la trayectoria del Che. En su juvenil gira por Sudamérica fue acogido por el doctor Hugo Pesce, el mayor humanista peruano del siglo XX. En casa de éste se nutrió de lecturas marxistas. Pesce lo encaminó hacia leprosorios de Lima y la selva. Alberto Granado, amigo fraterno del Che, ha recordado que éste criticó ásperamente el libro Latitudes de silencio del científico peruano. No era una valoración justa; pero sí fue cabal la frase con que el Che le dedicó un ejemplar de su libro sobre la guerra de guerrillas.
También estuvo unida al Che Hilda Guevara, a quien conoció en Guatemala, en los días del gobierno reformista del coronel Jacobo Árbenz, que había cometido “el crimen” de afectar latifundios de la United Fruit, motivo por el cual fue derrocado con armas y asesinos suministrados por Washington.
Ignoro si en México se encontró con Juan Pablo Chang-Navarro Lévano, embarcado más tarde en la guerrilla de Bolivia y acerca del cual O’Donnell escribe: “Mis investigaciones llegan a la conclusión de que el Chino fue asesinado a culatazos por oficiales y soldados borrachos”.
Meses antes de su captura, el Che escribió a sus cincos hijos pequeños: “Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones”. La herencia que les dejaba cabía en una sílaba: Che.
cesar.levano@laprimeraperu.com
laprimera.com diario peruano 15 octubre 2007
No hay comentarios.:
Publicar un comentario