La política es el espacio constituido por individuos que al reconocerse como sujetos libres establecen una igualdad entre ellos, por lo que en esta convivencia no esta en juego solamente la supervivencia del grupo sino el bien común. Para Schmitt, la base del mundo humano es la pluralidad, la cual llena a la sociedad de elementos que proveen valores y estos a su vez, dotan de identidad al grupo. En ambos casos, los valores surgen como discordia de acuerdo y provocan el conflicto debido a que la convivencia no es de ninguna forma pacifica por naturaleza.
La convivencia implica desigualdad tanto en el derecho como en la propiedad reconocida y para que exista el concepto de propiedad es necesaria la existencia de una necesidad y el intercambio para darle un valor. La democracia pretende atenuar los efectos de estas desigualdades buscando la paz social que impida el conflicto, pero si esta acción es prolongada, puede dar lugar al estallido de conflictos más graves debido precisamente al desgaste político en el juego de la sociedad.
El uso de elementos de identificación entre el Estado y la sociedad permite la existencia del vínculo jurídico necesario para la práctica política y con ello alcanzar a valorar en su justa dimensión las características propias de la sociedad. Arendt reafirma el argumento de Marx que la pobreza no es el producto de la escasez natural, sino un problema social y político cuyo origen se encuentra en la violencia social, manifestada como desigualdad económica y jurídica puesto que el derecho garantizado de unos representa el desamparo de otros.
Por lo anterior, el conflicto es considerado como el reflejo de las contradicciones presentes en la economía social. Vemos entonces que la visión marxista del conflicto político es parcial puesto que no reúne en su análisis los elementos sustantivos del desorden social, lo cual sí se hace desde la autonomía política. Aunado a esta corta visión social, el terror político relacionado con el poder del Estado ha sido considerado durante un periodo muy largo como la solución extrema del conflicto político, cosa que la historia nos ha demostrado que es la solución representativa de la incapacidad del Estado de proveer los medios necesarios para crear una paz social o alcanzar el objetivo de la vida buena. Derivado de esto, las revoluciones tampoco son la respuesta al conflicto que representa la incapacidad del Estado. Sus resultados, positivos o no positivos para el conflicto por el cual se generó, tiene un impacto a muy corto plazo por lo que el conflicto será recurrente mientras no se instaure un orden constitucional.
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