domingo, diciembre 28, 2008

Ratas rojas - Cesar Hildebrandt



Como se sabe, la rata es un animal que suele pasar del albañal a las redacciones de algunos periódicos.

Allí roerá lo que pueda, mordisqueará lo que sobre y permitirá lo que su odio de rata y su corazón de rata le aconsejen.

Ratas hay para todos los gustos, por supuesto. Pero a mí las que más me divierten son las ratas estalinistas.

Esas crecieron al calor de la agencia de viajes del PCUS, se alinearon con el que mandó a matar a sucesivas muchedumbres del campo y la ciudad -o sea el camarada Stalin-, exportaron sus métodos a donde pudieron, y crearon en el Perú una sucursal mental lo suficientemente depravada como para creer que los equivocados eran siempre los otros (o sea, las víctimas del paredón de la verdad, los ejecutados por el balazo de la revelación en plena nuca).

Fueron esas las ratas amables que le dijeron sí señor a los asesinatos en Berlín (1953), a los de Budapest (1956), a las purgas dignas de Gengis Khan que ocurrieron en los años de espanto del primer estalinismo soviético.

Fueron las ratas que chillaron de alegría cuando los tanques rusos invadieron Checoslovaquia en 1968 y las que se callaron en siete variaciones de chillido cuando al pobre (y gran poeta) Heberto Padilla el estalinismo cubano le arrancó, junto con el alma y la autoestima, una autoconfesión de estirpe soviética y casi como un homenaje a Arthur London.

Fueron esas las mismas mordedoras criaturas que aplaudieron la invasión de Afganistán en 1979 (ocupación sanguinaria que crearía, como contrapartida, el extremismo talibán).

Esta manera bubónica de entender el socialismo tuvo en el Perú a sus embajadores criollos. Fueron los que se alinearon con Moscú aun después de saberlo todo, y con la RDA aun después de saberlo todo, y con la Hungría de János Kádár precisamente por saberlo todo.

Y los que se alegraron cuando la revolución cubana llegó a ser esa arterioesclerosis monopartidaria, monoideológica, monoperiodística y monótona hasta la desesperación.

En fin, el gorilismo de izquierdas que le dicen. Sólo que ese gorilismo de gulag tuvo y tiene aquí sus nostálgicos y sus asilados y sus rabiosos agentes.

A mí me divierten mucho los estalinistas que sueñan con la restauración de su paraíso. Hay sirvientes del estalinismo, en versión “Tropicana” con trago gratis, que siguen creyendo que la simpatía que Cuba despierta en muchos círculos es simpatía por su dictadura fracasada -tan fracasada como las que la derecha yanqui impuso hasta 1959 en la isla-.

No, comisarios: es simpatía por un pueblo que jamás se mereció a Batista pero que tampoco se merece que Raúl Castro herede borbónicamente el trono vacante.

A mí los estalinistas peruvianos siempre me han parecido una fuerza dormida a la espera del nuevo príncipe que los reanime. Y siempre me ha sorprendido que no lean el ABC de Madrid, cuando ese buen periódico -donde trabajé cuando Fujimori me hizo la vida imposible en 1991-, es tan monárquico como ellos.

Y es que en ambos casos se cree en los derechos hereditarios, en las noblezas transmitidas y en la serenidad de los cambios que no son cambios sino siempre sucesiones. En ambos casos, además, y por distintos motivos, los derechos de sangre tienen un tratamiento especial.

Se acercan los 50 años de revolución cubana. En realidad, deberían celebrarse sólo doce. Porque la auténtica revolución cubana, la que le puso los pelos de punta a los yanquis, terminó tras el fracaso de la zafra de 1970 y la instauración alegre y plena del modelo soviético a partir de 1971, “el año del deslinde” estalinista.

Castro tuvo veinte años más para sus experimentos sombríos, hasta que en 1991 la URSS de Stalin dejó de existir sin apenas estertores, muerta de aburrimiento, preñada de escaseces. Y cuando la URSS fue un epitafio (y aquí sus comisarios lloraban), Cuba fue el hijo mantenido al que le avisaron por cable que la fortuna familiar se había acabado.

Y desde 1991 Cuba es esa convalecencia que no termina, ese fantasma que no acaba de esfumarse, ese patio trasero de la familia Castro y de diez familias reales más. Sí, porque Cuba es una monarquía de partido.

Combatir al imperialismo norteamericano es una necesidad del baño diario. Combatir las farsas de la izquierda debería ser lo mismo. Aunque eso desate el chillido de las simpáticas y disciplinadas ratas rojas.

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Posdata de urgencia.- El gobierno de Israel ha matado a 225 palestinos y ha herido a 400, muchos de ellos de gravedad. Ha sembrado la muerte desde 60 aviones de fabricación norteamericana y con el apoyo político de Bush y su banda de forajidos. Hasta Ban Ki-moon, el débil secretario general de la ONU, ha tenido que escandalizarse ante esta nueva monstruosidad. Miguel Ángel Moratinos, en España, también ha condenado, desde su cargo de canciller, “la desproporción del ataque israelí”. Y en Chile, el gobierno de la señora Bachelet ha condenado también “enérgicamente” el ataque ordenado por Tel Aviv en la franja de Gaza, ataque que se ha prolongado hasta la noche y que amenaza con reanudarse en las próximas horas. Los israelíes primero hambrearon Gaza durante meses cortándole el pan, el agua, las medicinas. Cuando enfurecieron lo suficiente a la dirigencia de Hamas, que ha ganado elecciones legítimas en ese territorio, volvió lo que Israel estaba buscando: la estupidez de los cohetes que lo único que logran es servir de pretexto a la masacre. Israel ha vuelto a aprovechar esta magnífica oportunidad para convertir las tierras bíblicas en una nueva versión del Apocalipsis. ¿Y Torre Tagle? Bueno, Torre Tagle debe de estar sesionando de urgencia en alguna playa de Asia. ¿Hasta cuándo el mundo asistirá, sin hacer algo efectivo, al espectáculo del genocidio palestino? ¿Y Obama?

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