Esta rabidez lo ha llevado a colocarse al borde de la certeza que se le despeña por ratos, en un
abismo de intolerancia y falsedad. Es lastimoso comprobar como se va degenerando un pensamiento, un acto… una personalidad.
Cuando conceptualizamos a un individuo, como el “sumun” de un espacio o cosa, cometemos el error de percibirlo irreflexivamente y acatarlo sin pestañear y damos por cierto su pregón. La razón del crítico se maquiaveliza.
Se mimetiza con la nada cuando hace uso del poder adquirido y se olvida de los fines.
El Hildebrandt pre-botado de los medios, es el que nos gustaba: Franco, directo, serio y juicioso.
Este Hildebrandt post-botado y aferrado al último palo salvador en el mar de su auto agonía periodística, se nos hace detestable. La suficiencia -más producto del “consultorío” enciclopédico de Internet- nos produce un rechazo. El todismo de su actividad diaria en la Primera, nos fastidia. La agresividad de su texto nos afecta. Su sarcasmo nos irrita y su poco sentido de la dimensión de lo que afirma, nos pone en duda sobre su capacidad periodística.
En un mundo de medios televisivos, en los cuales representar a putas y maricones, mentir y falsear, calumniar y “ampallar” es lo normal, también se está haciendo normal que el periodista serio de antaño, represente su papel maquiavélico, marionético, rasputinezco en la actualidad. Cambia de piel… pero la piel nueva viene con manchas.
El maquiavelismo de Hildebrandt es producto de la ilimitada licencia que le otorgamos sus lectores y veedores al no poner un freno al absolutismo visceral que lo domina.
De ahí, me parece, que ese exacerbado pregón destemplado, encubierto de ayudas intelectuales, es una muestra de que Hildebrandt, perdió la brújula: Es un símil del patético caso Bayly ano
humanistamente
Carlos Freundt de la Puente
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