viernes, julio 25, 2008

El último adiós en La Cantuta

Restos de profesor y de 9 estudiantes asesinados por "Colina" recibieron homenaje póstumo en el claustro universitario. Hoy es el sepelio.

María Elena Castillo.

La Repùblica

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Están presentes. Una multitud de personas llevó los ataúdes en procesión por todo el claustro universitario. Todos demandaban justicia. (Fotos: Yanina Patricio)
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Unidos en el dolor. Los hermanos de Armando Amaro Cóndor junto a la madre de Heráclides Pablo Meza piden sanción para los responsables del secuestro y ejecución extrajudicial de sus familiares.
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In memoriam. Afiches, banderolas, flores y fotografías de las víctimas llenaban la universidad en recuerdo de quienes son considerados mártires y héroes de La Cantuta.
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No olvidan. A la izquierda, Gisela Ortiz junto a su padre y la madre de Dora Oyague. Ellos acompañaron todo el recorrido. No pudieron controlar las lágrimas a pesar de los años transcurridos.
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Homenaje. Monseñor Luis Bambarén en la misa celebrada en la plaza Francia.
"¡Cuando un cantuteño muere, nunca muere!", gritaban ayer cientos de estudiantes de la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, al recibir los ataúdes con los restos de sus nueve compañeros y el profesor que hace 16 años fueron secuestrados y asesinados por el grupo Colina.

"¡Hugo Muñoz… presente!, ¡Armando Amaro… presente!, ¡Enrique Ortiz… presente!, ¡Dora Oyague… presente!... ¡Heráclides Pablo… presente!", coreaban los estudiantes mientras bajaban los féretros de las carrozas para recibir el homenaje de los cantuteños.

"¡Felipe Flores… presente!, ¡Bertila Lozano… presente!, ¡Juan Mariños… presente!, ¡Marcelino Rosales… presente! ¡Robert Teodoro… presente!", seguían gritando los estudiantes mientras una multitud acompañaba al cortejo en su último recorrido por el recinto universitario.

Lemas exigiendo justicia y sanción para los responsables se escucharon durante las dos horas que duró la marcha de homenaje al profesor y los alumnos que fueron sacados de sus habitaciones en la madrugada del 18 de julio de 1992. "¡Sanción al genocida, ni olvido ni perdón!... ¡Escucha Fujimori, Cantuta no olvida!", entonaban sin cansarse, una y otra vez.

DESCANSARÁN EN PAZ

Uno de los momentos más emotivos fue cuando llegaron al local donde funcionaba la residencia de varones, hoy convertida en salas administrativas.

"De aquí los sacaron los criminales del grupo Colina y aquí los traemos ahora para recordarles lo que hicieron, porque nosotros no podemos olvidar. Nosotros no solo recordamos los nombres de las diez víctimas sino de cada uno de los asesinos. Lo hemos dicho mil veces y lo reafirmamos hoy: el principal responsable de sus muertes es Alberto Fujimori y su círculo criminal", dijo Gisela Ortiz, en representación de los familiares.

Su voz se quebró al recordar que su hermano Enrique fue sacado a la fuerza por los efectivos militares, golpeado, y "arrancado" del recinto universitario para matarlo luego sin piedad.

"Ahora recién podemos decir que con nuestros familiares enterramos parte de la impunidad de nuestro país, porque los asesinos están en las cárceles y el principal responsable deberá ser sentenciando en los próximos meses. Ahora nuestros familiares podrán descansar en paz", recalcó, arrancando lágrimas de los demás familiares.

SÍMBOLO DE LA PAZ

Jóvenes con flores en las manos acompañaron el cortejo fúnebre, que hizo un alto en varias facultades de la Universidad para recibir el homenaje de autoridades y alumnos.

El primer punto fue la Facultad de Humanidades, donde estudió Marcelino Rosales, y luego enrumbaron hacia la Facultad de Pedagogía y Cultura, en la que Hugo Muñoz era profesor asociado, y Enrique Ortiz uno de sus mejores alumnos.

El decano de Pedagogía Tomás Real los llamó mártires y héroes por su incansable lucha por la verdad: "Gracias al profesor Muñoz se creó el Departamento de Tecnología y Práctica Educativa, y precisamente era el jefe de esta sección cuando se lo llevaron los asesinos del grupo Colina".

La decana de la Facultad de Agropecuaria, Nemesia Hidalgo, condenó el horrendo crimen, recordando que durante esos años ninguno de los estudiantes ni los profesores podían dormir tranquilos.

"No sabíamos en qué momento nos llevarían a nosotros, no sabíamos si al día siguiente amaneceríamos vivos. Por eso tenemos que trabajar para que La Cantuta nunca más sea tomada por ningún tipo de violencia, ni el terror del Estado ni la insania terrorista. El día de hoy tenemos que convertirla en un símbolo de la paz", invocó.

Al llegar a la biblioteca se realizó una pequeña ceremonia litúrgica por el descanso de las víctimas. Posteriormente el rector Juan Tutuy Aspauza, se solidarizó con el dolor de los familiares. "Es imposible olvidar lo que pasó, es imposible pedir a los familiares que no sufran más. Pero lo que sí podemos pedir es que nunca más haya violencia en nuestra universidad. Para eso nos hemos movilizado este día, en recuerdo de los que ya no están. Pero nuestros alumnos no están muertos, sus almas viven en nuestras aulas", dijo.

Gisela Ortiz cerró la ceremonia recordando la angustia que sufrieron en julio de 1992 cuando se enteraron del secuestro, el inconmensurable dolor cuando un año después hallaron los restos en Cieneguilla y en Huachipa, la incontenible indignación cuando les entregaron los restos en cajas de leche gloria y todos los intentos del gobierno de Fujimori por dejar el crimen impune.

"Pero así como nuestros familiares, hay otros miles de desaparecidos en todo el Perú. Miles de personas que reclaman justicia como nosotros. Ellos también tienen derecho a saber lo que pasó con sus seres queridos, de saber los nombres de los que los mataron, de recibir alguna reparación", invocó.

Esta mañana los restos de las víctimas de La Cantuta podrán descansar en paz. Volverán a sus tumbas en el cementerio El Ángel, pero esta vez al menos tres de ellos estarán plenamente identificados.


Un poco de paz para Raida

Raida Cóndor, madre de Armando Amaro, se convirtió en uno de los símbolos de la lucha por hallar justicia para las víctimas de La Cantuta, caminó junto a los féretros, llevando en el pecho la foto de su hijo. "Me siento complacida de que nuestra lucha no haya sido en vano. Son 16 años y mi hijo debe estar contento al ver a todos sus compañeros. Ahora están tantos periodistas, y cuando denunciamos lo que pasó solo unos pocos, como La República, estaban allí para apoyarnos".

Su adolorido corazón siente un poco de alivio al ver que Fujimori está sentado en el banquillo de los acusados. "Dios nos ha ayudado a conseguir justicia. Y los chicos nos dieron la fuerza que necesitamos para seguir denunciando, a pesar de que se reían de nosotros, que decían que se habían autosecuestrado. Al final se impuso la verdad. Y eso me da un poco de paz", expresó.

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