Tomas Borge - Embajador de la República de Nicaragua en Lima.
Los revolucionarios, los protagonistas voceros del progreso, de las luchas democráticas, del antiimperialismo debemos, sin confusiones, sin desviaciones de nuestros objetivos, ubicar una diáfana, justa, concreta e inequívoca bandera por la cual luchar.
El imperio intenta utilizar a las fuerzas represivas de América Latina y el Caribe contra los pueblos que estallen en protesta por la extrema pobreza.
Contra los campesinos, pretendientes de las tierras que trabajan y están hartos de vivir en la miseria. A este accionar le asignan el nombre de “Lucha contra el narcotráfico”, debilitando la verdadera batalla a tan escalofriante epidemia.
Contra los países pobres que, por distintas razones: religiosas, culturales o económicas no acepten el “nuevo orden mundial”. Este accionar recibe el nombre de “misiones de paz de las Naciones Unidas”. Los resultados son miles de jóvenes soldados norteamericanos muertos en combate y decenas de miles de hombres, mujeres y niños asesinados en el martirizado IRAK.
Enfrentarse a estos proyectos diabólicos es una forma inequívoca, justa y concreta de levantar banderas de lucha.
Los mismos artesanos de la represión, de la mentira, de la arrogancia, han inventado leyes “antiterroristas” para castigar las luchas sociales y para impedir los intentos populares destinados a crear gobiernos antiimperialistas, nacionalistas o revolucionarios.
El antiterrorismo se usa para cualquier cosa: para encarcelar a jovenzuelas, para hacer chistes, para hacerles cosquillas a un torturado o para aplicarles el chuzo eléctrico.
Los hampones han creado lugares clandestinos de detención, como Guantánamo, así como proyectan asesinatos y secuestros de personas democráticas y revolucionarios ejecutados por órganos de inteligencia afines al imperio.
Enfrentarse a estos proyectos diabólicos es una forma inequívoca, justa y concreta de levantar banderas de lucha.
Los demonios también han creado la 4ta. Flota para ejecutar acciones represivas del más alto nivel militar, destinada a sostener la perversidad socio económica de este infierno global. Están pensando en Venezuela, a lo mejor en Cuba. Están pensando en un chaleco blindado para Uribe o sumarse al alarido descortés del rey de España, exigiendo “silencio”, a nivel planetario.
Enfrentarse a estos proyectos diabólicos es una forma inequívoca, justa y concreta de levantar nuestras banderas de lucha.
Los enemigos de los pueblos intentan someterlos a través del miedo y la frustración, mediante la violencia, la represión y mentiras insolentes. Intentan dividirnos en grupos irracionales, sectarios, mezquinos, para mantener el control sobre nuestras voluntades. O estimulan nuestros apetitos egoístas, nuestras estúpidas ambiciones personales- lo cual han impedido la unidad de las fuerzas revolucionarias de izquierda en nuestros países arrastrados por el lodo de la desunión. Luchar contra ese balcanismo idiota, ridículo y de pésimo gusto, es una forma inequívoca, justa y concreta de levantar nuestras banderas de lucha.
América latina ha revolucionado hacia la izquierda, justificando ese apotegma, cada día más próximo a la certidumbre, de que “dejó de estar de moda ser de derecha”.
Numerosos países de América latina y del Caribe, entre los cuales se destacan la Cuba del inmortal Fidel Castro, o de los nuevos arquitectos como Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, o de la Nicaragua del descendiente de Sandino, del hermano de Carlos Fonseca, Daniel Ortega, cuyo rango revolucionario puede mirar a cualquiera de frente y a los ojos. Otros gobiernos de América Latina, también, han escogido el camino de la lucha contra la pobreza y la injusticia. Cuestionar de una u otra manera, a esos gobiernos, no es, por supuesto, levantar banderas de lucha consideradas como nuestras. Cuestionar su calidad moral y revolucionaria es hacerle el juego –a sabiendas, por ingenuidad o por rencor- a la derecha y al imperialismo. Los lunares en los rostros de esos cambios revolucionarios deben ser fotografiados en familia y no bajo el resplandor de los reflectores entre los cuales predomina la rapiña de la derecha y del imperio, con insaciables apetitos para hartarse con nuestros reales o supuestos errores.
Levantar, sin concesiones, la defensa de nuestros gobiernos revolucionarios –luchando en cuadriláteros estrechos, sacudiéndose el mosquero de la calumnia, inventando escudos para evitar la carnicería- es, eso sí, una bandera de lucha inequívoca justa y concreta.
De todas formas nuestros pueblos están valiéndose por sí solos, marchando con sus ilustres botas de combate, por las amplias alamedas escritas con sangre por Salvador Allende, entre ríos caudalosos y montañas iluminadas por Simón Bolívar –profeta de la unidad indetenible- con el coraje de Túpac Amaru, con el perfecto José Martí, con el espíritu de patria libre o morir de Augusto Sandino, con el heroísmo de nuestros mártires gloriosos
La Primera
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