martes, enero 20, 2009

Que en paz descanse el Apra - Cesar Hildebrandt



El Apra ha estirado la pata y Wilbert Bendezú le está haciendo respiración boca a boca.

El primer problema de Bendezú es que quiere salvar al paciente cuando ya no es paciente sino finadito. El segundo es que se muere de miedo cada vez que habla del más ilustre victimario del Apra, o sea el doctor García, fundador de sí mismo.

Porque decir que “el compañero Alan quiere la integración andina” es un chiste precisamente de velorio. Todos sabemos que a García le apesta la CAN y que quiere negociar directamente con la Unión Europea, tal como lo hizo con el TLC ratificado desde Washington.

García no cree en Indoamérica ni en la radio Incawasi ni en los coloquios del Jefe ni en la memoria del partido y ni siquiera en el osario ilustre donde brillan los mármoles del Cachorro y de Sánchez.

García convirtió al aprismo en un ismo personal. García mató de éxito al partido que jamás lo tuvo. Y García lo menos que necesita es un partido que le recuerde quiénes fueron, qué han dejado de ser, en cuál de las convivencias con la derecha hicieron el cambio de parejas que los convirtió en lo que hoy son a pesar de los pataleos: el partido de la Confiep, el caballo favorito de Vega Llona en el derby “Presidente de la República”.

García puede decirle al Apra que él hizo el milagro y que el poder que obtuvo dos veces no se lo debe a la maquinaria del partido sino a su talento de organizador, a sus prodigios de recaudador y a esa capacidad oratoria que todos le reconocen.

Porque, ¿qué es el partido? El partido, al fin de cuentas, es Wilbert Bendezú, el “líder alternativo” amordazado por sus propias prudencias. Es Luis Alvarado y su voz tembleque desalojada apenas en diez segundos del local de Miraflores. Es el farfullar enojado de un montón de apristas que lo que quieren es una chamba a cargo del presupuesto.

Si Haya de la Torre hubiese llegado al poder quizá habría hecho lo que García ha hecho con el Apra. Pero como los militares y las oligarquías le cerraron el paso, el Apra quedó en ese limbo virgen desde el que podía acusar sin ser acusada y censurar ministros sin que le tumbasen los que no podía tener.

El Apra como misterio y Haya como “presidente moral” fueron la mejor inversión marquetera de nuestra historia política. De ese modo el Apra parecía invicta y Haya daba la impresión de haber podido ser un gran presidente noctámbulo.

Hasta que llegó la cigüeña de París trayendo al niño Alan. Y con Alan García el Apra dejó la catacumba y llegó a Palacio, a la cueva de Alí Babá, a la burundanga, al exilio, al descrédito y de nuevo a Palacio, en un viaje circular que el pobre Haya jamás soñó que se podía hacer.

Ahora bien, el éxito tiene sus bemoles. Y el primero de ellos es que el éxito puede matar. Como partido personalizado y caudillista, como firma mucho más que como institución, al Apra le espera el destino de todos los movimientos con apellido: morir lentamente, cumplir el ciclo biológico de su propietario.

Y eso es lo que está pasando. Villanueva del Campo lo ha dicho con ese amor por el eufemismo que la disciplina aprista le impone. Villanueva ha dicho que el Apra está en crisis. De puro ahorrativo no añadió “terminal”. Pero él sabe que es así y ha querido lanzar una queja tan tardía como casi testamentaria.

Alan García ha matado al Apra no sólo desconociendo sus instancias, nombrando a un valido como secretario general y haciendo de la ingratitud para con el partido que lo construyó una “virtud de estadista”. García ha matado al Apra eviscerándola ideológicamente, haciendo de ella este fantoche latinoamericano que sigue a Washington sin chistar.

Y si el Apra ya no tiene ideario que defender ni doctrina como referente ni principios que le aviven el fuego, entonces el Apra es sólo esa vieja casa de la avenida Alfonso Ugarte. Una casa que cruje por el comején, una casa embrujada donde se ha visto al fantasma de Haya subiendo cansinamente las escaleras que conducían a la jefatura.

Para revivir al Apra le habría hecho falta un líder de gran carácter. Wilbert Bendezú es sólo un actor de carácter. Sin García, la maquinaria electoral aprista –que eso es lo que es Apra actualmente- se deshará año tras año, fracaso tras fracaso.

García no apuesta a que el Apra sea nuestro PRI, una fábrica de sucesores. García sueña, desde su narcisismo colosal, a que el Apra lo acompañe cuando él sea, como dicen los apristas en las ceremonias funerarias, “polvo en viaje a las estrellas”.

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