Los historiadores se preguntaban hasta hace muy poco si José Stalin y Adolfo Hitler, a pesar de sus categóricas diferencias ideológicas y la encarnizada confrontación bélica de destrucción masiva que protagonizaron, se profesaban secreta e íntimamente admiración mutua. Ian Kershaw, el biógrafo británico más reciente y exhaustivo del líder nazi, incluso escribió: “Hitler era malvado, sin duda, pero menos malvado que Stalin. Lo suyo era una copia, lo de Stalin el original”. ¿Hitler un imitador de Stalin? La respuesta se puede encontrar en un documento que se creía perdido para siempre: el informe que el jefe soviético encargó en 1945 al Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD, predecesora de la KGB) con la finalidad de conocer las circunstancias precisas en que murió Hitler –Stalin dudaba de su suicidio– y que luego se convirtió en una biografía secreta escrita a partir del interrogatorio a dos oficiales de la SS que acompañaron hasta el último momento al dictador germano, los comandantes Heinz Linge y Otto Günsche, apresados por el Ejército Rojo inmediatamente después de la muerte del Führer, el 30 de abril de 1945.
La misión ordenada por el Hombre de Hierro se llamó “Operación Mito” y el reporte final, luego de más de cuatro años de intensos interrogatorios a Linge y Günsche, lo entregó la NKVD a Stalin el 29 de diciembre de 1949. Cerca de sesenta años después, el excepcional documento de 413 páginas mecanografiado en ruso fue descubierto en los archivos de los servicios secretos soviéticos por el historiador alemán Matthias Uhl y contiene información que probablemente en su momento satisfizo la curiosidad de Stalin sobre su antípoda Hitler. Satisfizo el morbo del vencedor Stalin sobre el derrotado Hitler.
Dos de los más grandes biógrafos del Führer, el alemán Joachim Fest y el británico Alan Bullock, coinciden en que los dictadores nazi y soviético se rendían culto, de allí por qué los líderes de dos sistemas completamente opuestos, el nacionalsocialismo y el comunismo, suscribieron un pacto de no agresión que sorprendió al planeta, en 1939. Fest sostiene que el acuerdo jamás podría haberse cristalizado si no fuera por la devoción que se tenía el uno hacia el otro: “En el fondo, Stalin tributaba admiración a uno igual que a él y que se había encumbrado desde unos inicios modestos hasta una gran importancia histórica: en Hitler respetaba la única alcurnia del tiempo y también Hitler le correspondió ese sentimiento”, escribió Fest: “Toda la ‘enemistad mortal’ que sentían no pudo jamás disminuir el sentimiento mutuo por la grandeza del otro, y por encima de las ideologías se sentían unidos en cierta forma por la categoría que la historia concede”.
De hecho, según las memorias de uno de los traductores personales de Stalin, Valentín Berezhkov, cuando por orden de Hitler fue asesinado el jefe del Estado Mayor de las fuerzas paramilitares del partido nazi (SA), Ernst Röhm, el primero de julio de 1934, Stalin exclamó: “Hitler, ¡qué gran hombre! Así es como se debe tratar a los enemigos políticos”. Y después que Hitler saliera ileso del atentado del 20 julio de 1944 que urdieron altos oficiales del ejército alemán, el jefe nazi recordó al jerarca soviético: “Me he arrepentido amargamente muchas veces de no haber depurado mi cuerpo de oficiales como Stalin lo hizo”, en alusión a las criminales purgas que este dirigió contra el Ejército Rojo. Incluso Hitler prefería a Stalin que a los judíos: “Es probable que no exista peligro mientras viva Stalin; es hombre de inteligencia y precavido. Pero si él desapareciese mañana, los judíos, que en la actualidad solo ocupan cargos de segunda y tercera fila, podrían adelantarse al primer plano”.
Es por esto que el historiador Bullock concluye: “Hitler manifestó en varias ocasiones la envidia que le inspiraba Stalin porque este, gracias a la purga que realizó antes de la guerra en el Ejército Rojo, había logrado asegurarse un alto mando completamente leal al comunismo”. Era lógico entonces que Stalin pidiese a la NKVD que reconstruyera los últimos años de la vida de Hitler. Era una pasión reservada para su goce personal. Stalin sabía que Hitler era una copía suya.
Los oficiales que proveyeron información a la NKVD tenían acceso privilegiado al círculo de Adolfo Hitler. Heinz Linge era comandante de las SS y miembro del partido nacionalsocialista, y a partir de 1939 se convirtió en criado particular del Führer y jefe de su servicio personal. Quien eligió a Heinz fue el general de las SS Josef “Sepp” Dietrich, del escuadrón de protección del dictador alemán y su amigo íntimo. Heinz alcanzó el afamado y exclusivo rango de Obersturmbannführer, que ostentaba también, por ejemplo, Adolfo Eichman, el “arquitecto”. Del holocausto judío. Fue testigo directo de los últimos días de Hitler. Los soviéticos recién lo liberaron en 1955.
El otro informante de la NKVD fue el comandante de la SS Otto Günsche, quien se inició en las juventudes hitlerianas. Entre enero y agosto de 1943, fue ayudante personal de Hitler, y luego de un breve periodo en el frente, se reincorporó al servicio del líder nazi en su búnker de Berlín. Cuando se produjo el atentado contra el jerarca el 20 de julio de 1944, Günsche estaba con él. La ocasión cimentó la confianza del dictador en Günsche. De allí que Hitler le encomendó que una vez que haya cometido el suicidio junto con su esposa Eva Braun, incinerara sus cuerpos para que no cayeran en manos del Ejército Rojo. Günsche el último que vio con vida al Führer.
El reporte secreto, elaborado por los oficiales de la NKVD, el teniente general Fiódor Parparov y el mayor Ígor Saleyev –recientemente publicado en español bajo el título de “El informe Hitler” (Tusquets, 2008)–, no obstante, las manipulaciones políticas, las clamorosas omisiones históricas y la invasiva propaganda soviética, es un documento relevante porque saca a la luz datos completamente desconocidos, echa por tierra suposiciones o rumores y destaca aspectos sobre la personalidad de Hitler en sus días finales. “Ofrece una descripción de su actividad política y militar notablemente detallada”, señalan los historiadores y editores del documento, Matthias Uhl y Henrik Eberle: “Su absoluta carencia de escrúpulos y su voluntad exterminadora sin límites se reflejan sin ambages”. Párparov y Saleyev seguramente no se imaginaban que también estaban retratando de alguna forma a su líder Stalin.
Los detalles más íntimos sobre Adolfo Hitler –su presunta homosexualidad, los frecuentes arranques de histeria salvaje, la dependencia progresiva de los narcóticos, la obsesión por liquidar físicamente a quien se le opusiera en lo más mínimo– destacan en el documento secreto de la NKVD. Pero resalta especialmente la reconstrucción de lo que sucedió en los últimos días en el búnker del jefe nazi. La manera en que está escrita cada escena estremece hasta hoy. Eso se debe a que la información la proporcionaron dos testigos excepcionales: Linge y Günsche.
Se desconoce qué comentarios hizo Stalin sobre el “Informe Hitler”. Lo más seguro es que complació su infinita curiosidad por un hombre que, no obstante, era su antagonista y de alguna manera era su espejo. Aunque, quizás, se diferenciaban por algunos matices, como resaltó el biógrafo del dictador soviético, el historiador estadounidense de origen polaco Walter Laqueur. “Stalin era un hombre de enorme brutalidad, pero rara vez se vanagloriaba de su propia rudeza. Por el contrario, era un maestro de la santurronería, la hipocresía y la mendicidad –a diferencia de Hitler, que prácticamente nunca ocultó sus intenciones criminales; Hitler nunca fingió que era amigo de los judíos, los eslavos y otros pueblos ‘inferiores’ por el estilo–. Stalin consideró importante que se lo conociese también como el humanista más grande de su tiempo, y quizás de todos los tiempos”. Y lo consiguió durante más de medio siglo. Ahora ya no son un secreto los horrores del estalinismo. Y todavía queda mucho por descubrir.
“Había algunas similitudes entre los dos personajes, y Stalin debía de haber reconocido por lo menos algunas de ellas mucho antes de leer aquellas páginas (del ‘Informe Hitler’)”, señala el historiador británico en la presentación del documento secreto de la NKVD. Ambos eran políticos populistas cuya suerte se vio transformada por una profunda crisis social y política que les ayudó a gravitar desde los márgenes hasta el centro de la política. (…) Aunque fueron impulsados en gran medida por la buena suerte personal y por circunstancias históricas propias, Stalin y Hitler alcanzaron la dictadura por los dos tenían un desmesurado apetito de poder y porque su crueldad, su astucia política y la creencia ciega en su misión les permitieron transformar su ambición en realidad”. Y hay que sumar el culto a la personalidad y el Estado policíaco como mecanismos de sustento de sus respectivas dictaduras. La historia no podrá comprenderse si no se conoce a fondo la naturaleza de la maldad del uno ni del otro. Aunque opuestos, se correspondían.
fuente: Suplemento "Domingo" de la Republica
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