viernes, abril 11, 2008

De izquierda, o sea, pacifistas. Entrevista a Pietro Ingrao


Pietro Ingrao: “Yo acuso la lentitud y la fragilidad con la que afrontamos la cuestión de la guerra”.

Nuestro país se ha visto envuelto en conflictos ofensivos. Silencio de los guardianes de la Constitución, y el pueblo no se rebela. La paz parece imposible o inútil. Sin embargo, es el bien primordial. Tommaso Di Francesco entrevistó al anciano exdirigente comunista italiano Pietro Ingrao para Il Manifesto.

“Toque de queda en Bagdag”. El título de la noticia podría llevar fecha de abril de hace cinco años, en las horas sangrientas de la agresión angloamericana a un Irak ya devastado por diez años de embargo. Pero no, son los días y las horas en que transcurre nuestra presente cotidianidad. La guerra es una coacción repetitiva, el eje ahora de una política bipartidista que la convierte en prueba constitutiva de la capacidad de gobernar el mundo. Nos queda encima la herencia de la guerra, casi un acto generacional. Puede que Barak Obama y los demócratas ganen las elecciones norteamericanas. Pero ¿cambiará algo en la política internacional y en el tema del “intervencionismo humanitario”, visto que George W. Bush deja como herencia un balance de defensa de más de 600.000 millones de dólares que supera incluso el de la Guerra fría? Y a cada confirmación de la guerra, el movimiento por la paz, que ya es una sorprendente “potencia mundial”, entra en el cono de sombra de su impotencia y de sus excesivos límites. Resulta igualmente evidente el límite representado por el intento, en gran parte fallido, de condicionar y trasladar el contenido de la guerra y de la paz a la actuación del gobierno Prodi. Que se ha disuelto, y luego hemos descubierto a través de las palabras impulsivas del PD de Walter Weltroni que el intento de la izquierda era “sólo un lastre”. En tanto crece el riesgo, concreto, del abstencionismo de izquierda, en parte debido a los nudos no deshechos de la guerra y de la paz, ¿cómo no hablar de todo ello con el hombre que considera la lucha contra la guerra como el deber principal y necesario para un nuevo arraigo de la izquierda? Entrevistamos a Pietro Ingrao en su casa de vía Balzani, donde vive desde hace ya más de cincuenta años con la excepción de los suaves veranos que pasa en su pueblo natal. Precisamente hoy Pietro cumple 93 años: ¡muchas felicidades! Nos recibe en la estancia donde acostumbra a hablar con familiares, amigos y compañeros.

Es una estancia luminosa, las paredes recubiertas de libros e imágenes en las que destaca un retrato de Laura y el amigo quizás más querido de Pietro, Luigi Nono, a quien tan tempranamente sustrajo la muerte a sus extraordinarias invenciones musicales. Además, pinturas y obras de Guttuso y Turcato. Hay también un pequeño retrato de época: en una tribuna se ve a un jovenzuelo (un pischelletto dirían en Roma) flaco como un clavo; y a su lado, esperando tomar la palabra, Togliatti. Pero nosotros queremos hablar con él no de la guerra que incendió al mundo en la primera mitad del siglo pasado, sino de la que luego volvió y que todavía continúa: que casi parece eterna. Y avanzamos la amarga pregunta que más nos agobia.

Existe un hecho que dura desde siempre y que parece imposible que desaparezca del camino de los hombres: la guerra, el conflicto armado. Hay un pequeño libro, que nos ha gustado mucho incluso a los que hemos venido detrás de ti, Las cartas de los condenados a muerte de la Resistencia. Se lee como una extraordinaria esperanza. Prometía salir de una catástrofe y evocaba un cambio radical para los supervivientes. Sin embargo, la paz fue breve: como de un solo instante. Y todavía hoy perduran las matanzas en masa: y no en un rincón perdido de la tierra, sino en zonas cruciales del globo. Y los agentes del conflicto son las mayores potencias mundiales. ¿Por qué? ¿Y por qué tan pocos en el mundo se hacen esta pregunta?

Porque incluso después del hundimiento de Hitler y Mussolini y la desarticulación de los espantosos aparatos de muerte que habían preparado los dos dictadores, el conflicto armado no ha cesado nunca en el globo: ya sea como guerra en acto en un gran continente como Asia, ya como construcción de enormes aparatos militares en tierra, mar y aire.

¿Te refieres al conflicto que se desató en Vietnam…?

Sí. Y pienso en la extraordinaria obra “suplementaria” que desarrollaron los Estado Unidos interviniendo bélicamente en Vietnam, pero también en la guerra de Corea y en el enfrentamiento entre soviéticos y chinos por el Ussuri. En resumen, en el desarrollo fatal que ha llevado de las guerras napoleónicas al incendio de un continente asiático de fronteras arrasadas. Por lo que respecta a nuestro país, se han cancelado arbitrariamente vínculos constituyentes: a pesar del art. 11 de la Constitución, Italia se ha visto envuelta en conflictos que no tenían ningún carácter defensivo. Y los guardianes de la Constitución se han callado. Y ni siquiera ha habido ninguna rebelión popular. La paz parece imposible o inútil. Y sin embargo, ¿no debería ser el principal bien?

También están los aspectos de política interna: aumento de los gastos militares en el presupuesto 2007; nuevas y peligrosas servidumbres militares; adhesiones al escudo de Bush; presencia militar en Afganistán en zonas ahora de guerra pero “no en guerra”, insertos desgraciadamente en los comandos internacionales que determinan la guerra de las incursiones aéreas y sus objetivos en un territorio lacerado en el que la mezcla de intervención civil y militar es una amalgama explosiva. Por codicioso que resulte, lo cierto es que reina un orden de facto del mundo: en el centro de este sistema regulador está el acto armado, desarrollado por vía de dominación imperativa: por tierra, mar y aire.

Es una actuación que se sirve de un medio extraordinario: el asesinato en masa. Esta forma de actuación específica –después de la derrota de la Unión Soviética– tiene hoy un centro focal que son los Estados Unidos de América. Es tal el papel regulador y dominante que los EEUU atribuyen a este poder armado, que han llegado a conferirle una elevada y fatal obligación de prevención: de forma que de la guerra motivada siempre (o casi) en términos de defensa, se ha pasado, por parte de la gran potencia americana, a la invocación de la guerra preventiva (Bush). Pero prevenir la guerra de otros comporta desencadenar anticipadamente la propia, o sea, llevar a cabo el asesinato en masa en tierra ajena. Como ha hecho Bush en Irak, y también Italia durante un período, violando precisamente el artículo 11 de la Constitución republicana.

Tú estás refiriendo a los trágicos acontecimientos del Medio Oriente. Pero es cierto que en aquel pedazo del mundo se han entrelazado – de forma que parece inextricable – historias y conflictos de fe y de pueblos: desde la cuestión hebraica a las luchas interárabes y a la potencia laica turca. Y sobre todo, se han disparado los reflejos obligados de la enorme cuestión asiática. La incidencia sobre tales acontecimientos de las asambleas internacionales – de Naciones Unidas al Parlamento Europeo – ha sido casi nula. Este es el mundo en el que se ha abierto paso el imperio americano. En el fondo, Italia ha sido un breve satélite.

Tanto tú como yo conocemos las pesadas dependencias que – incluso después del fin del nazismo – han señalado el camino de nuestro país, y cuánto influencia han temido también las grandes potencias espirituales. Sin embargo, ha habido una infravaloración, una grave carencia también por parte del mundo italiano: y no se trata de la desdichada participación en la guerra de Irak. Se trata de la lentitud y fragilidad con que hemos afrontado la cuestión en sí de la guerra: del asesinato en masa. Cierto: se trataba de repensar la sustancia y el conjunto de la actuación política y, en consecuencia, también del sujeto proletario: de los procesos de su liberación. Y en cambio, todavía pesaba y actuaba en nuestro interior la herencia del leninismo.

Pero tú sabes que amplios segmentos del electorado de izquierdas piensan: debo ayudar a Veltroni; si no, vence Berlusconi. Pero Veltroni es claramente un “moderado”. Por lo tanto: evitar lo peor. ¿Cómo responder?

Creo que si se debilita el tema de clase, el tema proletario, no hay Walter Veltroni que se sostenga. Se elude la gran cuestión por la que durante un siglo millones de trabajadores han entrado en política: la liberación del trabajo. Pero por lo menos hasta este tardío momento de mi larga vida no renuncio a esta gran esperanza. No soporto la hipocresía de derramar lágrimas por los obreros asesinados por la Thyssen y no involucrarse luego luchando contra sus asesinos. Estos caídos no pueden ser olvidados en el momento en que el pueblo italiano es llamado a expresar con el voto su voluntad política: y a elegir a los miembros de la futura asamblea parlamentaria: por lo tanto a elegir poderes decisivos en la vida de nuestro país.

Existe actualmente una discusión también fuerte sobre quien debe afrontar estos problemas y asumir la guía del país. Y hay italianos que aceptan la opción de Veltroni porqué piensan que está en mejores condiciones para impedir una victoria de Berlusconi.

Respeto a Veltroni, pero lo considero declaradamente moderado. Sin embargo, pienso que incluso para luchar contra Berlusconi es esencial la fuerza de una izquierda de clase. Por eso apoyo a los candidatos de la Izquierda e invito a hacer esta elección. A la hora de votar, recuerdo que es de ésta, más que de cualquier otra forma, que se determinan una parte esencial de los poderes.

El proletariado italiano tiene aliados potenciales en nuestro país y en el mundo, mucho más de lo que pueda pensar un Berlusconi. Las organizaciones políticas de clase –si se unieran – podrían ampliar fuertemente su capacidad de influencia. Pero nosotros padecemos un grave defecto: estamos divididos y utilizamos vocabularios resquebrajados. Unir a esta izquierda de clase: en las esperanzas y en los programas. Este es mi deseo ardiente. Esta es una forma elevada de prestar la voz, en nuestra forma de sentir y de actuar, a los asesinados de la Thyssen y a los dos niños precipitados en el fondo de un pozo sin ni siquiera voz para elevar un grito.

Pietro Ingrao, antiguo dirigente del ala izquierda del PCI, acaba de publicar sus memorias, Yo quería la luna, ardientes vivencias y atormentados recuerdos que tejen la historia personal con la experiencia colectiva del comunismo italiano.

Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Garriga Tarrés 06/04/08

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