Massimo Modonesi
Rebelión
Las elecciones del 13 y 14 de abril marcan un acontecimiento histórico en la política italiana: el fin de la presencia parlamentaria de los comunistas.
Desde la segunda posguerra, el PCI había sido el principal partido de oposición y un pilar, en el bien y el mal, de la democracia italiana, llegando a tener un tercio de los votos. A partir de su disolución en 1991, la hoz y el martillo seguían apareciendo en los símbolos de su sucesor, el Partido Democrático de Izquierda (PDI), y del Partido de la Refundación Comunista (PRC), dos partidos que encabezaban la oposición al primer y segundo gobierno de Silvio Berlusconi en 1994 y 2001 y participaron en la formación del primer y segundo gobierno de Romano Prodi en 1996 y 2006.
La involución centrista del PDI culminó en la desaparición de toda relación simbólica y política con la tradición comunista italiana y en la formación del Partido Democrático inspirado en el “progresismo” norteamericano y Walter Veltroni, candidato a primer ministro en 2008, pasó explícitamente de la referencia a Berlinguer a la de Kennedy.
El Partido de la Refundación Comunista, por su parte, mantuvo hasta 2006 la bandera comunista y la consiguiente postura política antisistémica y logró no sólo sobrevivir sino ampliar su presencia política gracias a tres recursos fundamentales. En primer lugar, participó y apoyó a los movimientos sociales antineoliberales –y en particular los altermundistas- lo cual le permitió rejuvener la militancia comunista, a diferencia de los principales partidos europeos, con excepción de la Liga Comunista Revolucionaria en Francia. En segundo lugar, contó con la popularidad de un liderazgo inteligente que combinaba la crítica radical con una gran capacidad comunicativa, el de Fausto Bertinotti. Por último, mantuvo su independencia al interior de un frente anti-berlusconi, es decir conservaba una diversidad y una especificidad político-ideológica sin marginarse de la lucha política nacional.
Sin embargo, a partir de 2006, Refundación Comunista aceptó ser parte de una alianza de gobierno y no sólo de una coalición electoral y se vio enfrascada en la experiencia del segundo gobierno Prodi. En menos de dos años perdió la credibilidad acumulada a lo largo de más de quince. A su izquierda, fue criticada por apoyar un ejercicio de gobierno que no cumplió sus promesas de reformas sociales y asumió eventualmente posturas francamente conservadoras, en particular en relación con los temas del pacifismo. Todo ello mientras Bertinotti asumía la presidencia de la Cámara de Diputados y dirigentes de Refundación ocupaban puestos en Secretarías de gobierno. A su derecha, fue cuestionada por no ser un factor inestable de la alianza de gobierno al tratar de presionar a Prodi y al PD para que asumieran políticas que no correspondían a su perfil moderado. Más allá de la frágil mayoría parlamentaria, las derechas y los medios de comunicación enfatizaron el “chantaje” de las izquierdas (junto al PRC, los verdes, la disidencia izquierdista del PD, ahora llamada Izquierda Democrática, y otra agrupación menor de denominación comunista, el Partido de los Comunistas Italianos). Izquierdas que no pudieron cambiar la orientación “natural” del gobierno y fueron acusadas de su caída y de abrir las puertas del regreso de Berlusconi y las derechas.
En coincidencia con el fin del gobierno de Prodi a inicios de 2008, el PD decidió romper la alianza con Refundación Comunista (y viceversa) y ésta convocó a sus aliados menores a formar una coalición electoral llamada Izquierda Arcoiris con la promesa de transformarla en un nuevo sujeto político, un partido a la izquierda del centro ocupado por el PD.
Los resultados electorales muestran, además de la esperada victoria de las derechas, la concentración de los votos hacia las opciones de gobierno encarnadas por Berlusconi y Veltroni y una distribución de las preferencias hacia los partidos menores que favorece a la derecha extrema de corte fascista (La destra) y una disidencia católica conservadora (UDC).
Se fragua así una debacle de la presencia electoral y, por lo tanto, parlamentaria de los comunistas en Italia, los cuales no alcanzan a tener senadores y diputados por no obtener el mínimo requerido del 8% y 4% respectivamente.
Los resultados dan un 3% que resulta el mínimo histórico bajo el cual ni siquiera en los peores tiempos de la lenta refundación se había caído. Un 3% obtenido por una formación ahora declaradamente postcomunista. Las tres agrupaciones trotskistas que se presentaron –hecho inédito en Italia- obtuvieron sumando sus votos alrededor de 1%, canalizando el descontento izquierdista hacia la política institucionalista de Refundación Comunista.
Por otra parte, el comunismo se diluye no sólo cuantitativamente sino cualitativamente. Al interior de la Izquierda Arcoiris, si bien la fuerza de Refundación y de los Comunistas Italianos es determinante, se decidió desaparecer la hoz y el martillo del símbolo y Bertinotti declaró que el comunismo iba a ser una “corriente cultural” al interior de una organización plural suscitando las respuestas polémicas de algunas corrientes de su partido.
El balance político muestra el fracaso de la estrategia combinada de partido de gobierno y de movimiento adoptada por los comunistas italianos. El gobiernismo se comió al movimientismo y el regreso a la oposición careció de credibilidad. La disolución del discurso y la simbología comunista marca un paso hacia una modernización que tiene sabor a moderación. Sin embargo, los resultados electorales probablemente no hubiesen sido mejores sin la creación de la Izquierda Arcoiris.
Más bien, lo que resulta de ellos es la conclusión de una estrategia política. No deja de sorprender cómo en un país con fuertes tradiciones izquierdistas, con sólidos recursos culturales, en el cual existen movimientos y movilizaciones, en donde el neoliberalismo hizo estragos que los gobiernos de centro-izquierda no pudieron y/o no supieron revertir no haya una reacción electoral hacia la izquierda. Los comunistas pagan el error de haber cobijado a un gobierno moderado y conservador y, con ello, entierran toda una estrategia político-institucional.
Con estas elecciones se cierra un ciclo del comunismo italiano. No obstante, vistos las desigualdades y los conflictos que atraviesan al país, los caminos de una izquierda radical de orientación comunista no desaparecen sino que, inevitablemente, tienen que forjarse al margen de las instituciones, rompiendo con la subalternidad, recuperando, en el terreno del antagonismo, la fuerza de la crítica y la potencialidad de la protesta, el conflicto social, la movilización y la politización de los sectores populares, incluyendo a los inmigrados, para volver a plantear un desafío antisistémico y ocupar el lugar socio-político fundamental que el comunismo italiano fue perdiendo en sus recorridos institucionalistas. Un 3% de votos, poco más de un millón, significa una presencia electoral testimonial y un nula representación parlamentaria, pero podría ser una base de cientos de miles de militantes y simpatizantes que vertebren a los movimientos en contra del neoliberalismo italiano, en su versión dura o blanda, empezando por la que promoverá el tercer gobierno de Silvio Berlusconi.
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