Ayer conocimos los resultados de las elecciones en Italia y ya es momento para los análisis y las reflexiones que intenten explicar, o al menos interpretar, la actual situación política de la península itálica. Los recientes comicios electorales en Italia han estado marcados claramente por la inestabilidad política y económica del país pero, sobre todo, por la percepción negativa que tiene la ciudadanía italiana con respecto a su corrupta y cara clase política. La participación en estas elecciones ha descendido en casi cuatro puntos, colocándose en un 80.4% y alcanzando la tasa de participación más baja de los últimos 20 años.
Durante el domingo y el lunes el pueblo italiano manifestó su voluntad en las urnas y hoy Berlusconi es el indiscutible vencedor de los comicios. La coalición conservadora de este magnate de la comunicación resulta triunfadora y podrá gobernar muy probablemente con mayoría absoluta en las dos cámaras (Senado y Cámara de Diputados). Manchado por numerosos casos de corrupción y tráfico de influencias, Berlusconi será investido presidente por tercera vez, respaldado por formaciones políticas de extrema derecha como la Liga Norte de Bossi. Los peligrosos compañeros de viaje de “Il Cavaliere” tendrán la llave de la gobernabilidad, después de haber duplicado su apoyo electoral con un discurso declaradamente racista y xenófobo. Otras formaciones neofascistas como La Derecha también han crecido de forma preocupante en estas elecciones.
Los seguidores de Berlusconi están de celebración, sin embargo, en las sedes del Partido Democrático se respira decepción y tristeza en estos días. Veltroni y su intento de unificar las fuerzas políticas social-liberales y centristas no colmó las expectativas ni tampoco pudo invertir los hostiles resultados que le auguraban las encuestas durante la campaña electoral. Este candidato logra superar el apoyo electoral recibido por su antecesor Prodi en las pasadas elecciones, pero no consigue evitar la previsible victoria de Berlusconi. Quizás el exalcalde de Roma definió erróneamente las estrategias electorales al rechazar una nueva alianza con comunistas y verdes y priorizar, por el contrario, los pactos con católicos y liberales. Aunque, también pudo pesar sobre el fracaso del nuevo Partido Democrático la oscura herencia del Gobierno Prodi, que defraudó las expectativas de un electorado progresista ansioso de cambios sin romper definitivamente con el “berlusconismo”.
Pero, la gran sorpresa de estas elecciones italianas ha llegado de la mano de la izquierda. La coalición de la Izquierda Arcoiris, formada por comunistas y verdes, sufre un gran batacazo electoral, que le coloca como fuerza extraparlamentaria (en ambas cámaras) al no alcanzar el 4% de voto requerido. Fausto Bertinotti, hasta hace poco Presidente de la Cámara de Diputados, experimenta una caída de siete puntos con respecto a las pasadas elecciones (de un 11% a un 3%), lo que ha desencadenado su inmediata dimisión. Las comparaciones con el semejante caso español de IU y Gaspar Llamazares se hacen, pues, inevitables.
La desaparición de la izquierda italiana de las dos cámaras legislativas marca esta fatídica jornada electoral, que hará girar al país considerablemente hacia la derecha. Los comunistas italianos nunca habían quedado fuera del parlamento desde su entrada en 1945. Atrás quedaron ya los tiempos de Berlinguer al frente del PCI y su histórico máximo electoral del 33.3% en las elecciones de 1976. Hoy, con poco más de un 3%, la Izquierda Arcoiris, coalición que aglutina a las formaciones políticas que se reclaman herederas del PCI, sufre las consecuencias de un bipartidismo feroz, cada vez más característico de los sistemas políticos europeos. El tantas veces aclamado pluralismo político de Italia se ve quebrantado ahora cuando el 80% de los votos emitidos ha ido a parar al PDL de Berlusconi o el PD de Veltroni, a pesar de las escasas diferencias que existen entre la “B” y la “V”.
La izquierda italiana inicia su largo y tortuoso peregrinar por el desierto extraparlamentario, pero este brutal bipartidismo no puede quedar como la única causa del estrepitoso fracaso electoral. Se impone ahora una reflexión serena, tranquila y profunda de las posibles causas de esta debacle, pero en ella no podrá negarse el papel protagonista de la anhelada unidad de la izquierda, esa unidad tan quebrada en estos últimos comicios electorales. Tres formaciones políticas de izquierda alternativa rivalizaron con la Izquierda Arcoiris en las urnas, criticando el pacto de la “izquierda institucional” con el social-liberalismo y no alcanzando el 1% ninguna de ellas. La Izquierda Crítica, del exsenador Turigliatto, no logró responder a las expectativas que había creado durante su brillante campaña electoral y únicamente pudo rozar el 0.5% de apoyo electoral. Cifra superada por el Partido Comunista de los Trabajadores, candidatura de tendencia trotskista única en mantener el calificativo “comunista” en su denominación. Muy por debajo de estas dos formaciones quedó el Partido de Alternativa Comunista, también de ideología trotskista.
La crisis en la izquierda italiana, como en la europea, es ya insoslayable. Sólo contadas esperanzas, como los casos de Francia, Alemania o Portugal, mantienen el importante peso político que, en un pasado no muy lejano, tuvo la izquierda en Europa. Poco a poco los partidos que no asumen el social-liberalismo, como el rostro más humano del capitalismo, van quedando fuera de las instituciones cayendo en las trampas de un sistema injusto que aspira a perpetuarse por mucho tiempo todavía. Lo crítico, lo inconformista y lo rebelde se hace incómodo para el sistema y, por ello, se excluye, se silencia y se combate desde el poder.
La izquierda en Italia y en Europa sufre una decadencia sin paliativos que, en numerosas ocasiones, la separa de las instituciones y la devuelve a la calle, lugar que nunca debió abandonar. Llegado este momento se hace imprescindible el análisis profundo, concienzudo y sereno sobre la situación actual de la izquierda y el debate plural y abierto sobre su futuro. En muchos momentos la izquierda sacrificó su acción en la calle por un acceso fácil y cómodo a las instituciones, lo que constituyó un gran error que ahora muestra sus graves consecuencias. El trabajo en las instituciones y la acción a pie de calle no deben ser excluyentes, sino siempre complementarios. La izquierda ha perdido el pulso de la calle, de la ciudadanía, y debe retomarlo con extremada urgencia.
La reconstrucción necesaria de la izquierda europea pasa ineludiblemente por la vuelta a sus raíces, no para rescatar viejos símbolos, mensajes y estrategias ya desfasados y que se revelaron ineficaces en muchas ocasiones, sino para analizar los errores y recordar los aciertos de nuestra larga historia. Para reconstruir la izquierda es imprescindible mirar al futuro cara a cara, analizando sus nuevos retos y organizando las próximas luchas, pero sin olvidar nunca nuestra historia y nuestro pasado. Ante la izquierda se abre ahora una etapa difícil y compleja, pero que debe servir para reforzar nuestras posiciones y definir nuestras nuevas estrategias. Aún queda un mundo por cambiar ahí afuera y la izquierda debe seguir desempeñando un papel protagonista en esta lucha.
Alberto Hidalgo Hermoso
Rebelión
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